Nueve profesionales de Red Bull–Bora–Hansgrohe lograron en Son Bonet elevar un planeador impulsado únicamente por fuerza muscular. Un gran espectáculo —y numerosas preguntas abiertas sobre seguridad, autorizaciones y comunicación local.
Fuerza de pedales sobre la pista: un récord en Mallorca que plantea preguntas
Pregunta guía: ¿Puede un récord publicitario espectacular poner en juego el aeródromo de Son Bonet y la confianza de los habitantes de la isla?
El martes de la semana pasada, con cielo encapotado y unos 13 °C en Palma, nueve profesionales del equipo ciclista alemán Red Bull–Bora–Hansgrohe recorrieron la corta pista de Son Bonet. Unidos a un cable de 150 metros, debían elevar un planeador monoplaza únicamente mediante la aceleración de su pedaleo. El intento tuvo éxito: nombre del piloto, altura alcanzada y rendimiento —nueve corredores, alrededor de 6.500 vatios de potencia punta, una velocidad objetivo de unos 54 km/h y una ascensión de casi 100 metros— circularon después en comunicados e imágenes. La acción tuvo más tarde una presentación en Binissalem, acompañada por representantes del patrocinador y responsables técnicos.
El espectáculo impresiona: uno imagina el tintinear de las cadenas, el jadeo de los ciclistas y el breve aleteo del planeador, mientras al fondo las palmeras del Passeig Mallorca apenas parecían inmutarse. Pero el show plantea cuestiones prácticas que en el discurso público han quedado hasta ahora en segundo plano.
Análisis crítico: desde el punto de vista técnico, un despegue así es una maniobra de equipo impresionante, pero varias dimensiones de riesgo y legales siguen poco claras. Son Bonet es un aeródromo deportivo en las inmediaciones de Palma; allí rigen normas de espacio aéreo, procesos de autorización y exigencias de seguridad que difieren mucho de un entrenamiento de ciclismo habitual. ¿Quién otorgó la autorización operativa para el intento? ¿Qué informes sobre la carga en la aeronave, el comportamiento del cable en caso de rotura o los planes de respuesta ante desastres existían? ¿Qué responsabilidad asumió el organizador respecto a terceros en tierra o en el aire? Aquí habrían sido deseables inspecciones de seguridad independientes y comunicados transparentes.
Lo que suele faltar: la cobertura mediática se centra en el espectáculo y en la marca, no en los efectos locales. En Son Bonet trabajan escuelas de vuelo, pilotos aficionados y vecinos; en Binissalem hay viticultores que dependen del silencio en sus épocas de cosecha. ¿Se informó a los residentes? ¿Se evaluaron las molestias por ruido y las posibles interferencias con otros movimientos aéreos? ¿Cómo se regulan las responsabilidades si algo sale mal? Estos puntos deben abordarse antes de celebrar récords.
Una escena cotidiana en Palma ayuda a contextualizar: los lunes se pasea por el Passeig Mallorca, circulan los autobuses, aparcan furgonetas de reparto por un momento —la isla está llena de pequeños lugares que funcionan al mismo tiempo. Donde confluyen clubes deportivos, aeródromos y acciones de PR turísticas, un incidente ruidoso basta para sembrar desconfianza. Un residente de Son Bonet que presenció el despegue me contó la extraña mezcla de orgullo e inquietud: orgullo porque algo de alcance mundial vuelve a pasar en Mallorca; inquietud porque no sabía quién asumía la responsabilidad.
Propuestas concretas: en primer lugar, cada acción de este tipo debería dejar una acta de autorización pública —con estudios de seguridad, planes de emergencia y pólizas de seguro. En segundo lugar, convendría testigos independientes: una evaluación técnica por una entidad externa y una confirmación oficial de los criterios del récord para evitar dudas posteriores. En tercer lugar, sería obligatoria la comunicación local: vecinos, escuelas de vuelo y la gestión del aeródromo deben implicarse con antelación. En cuarto lugar, se podrían definir normas claras para eventos de PR en aeródromos que limiten frecuencias, horarios y radios de ruido. Y quinto: para intentos de récord en el área de Mallorca debería desarrollarse un procedimiento estandarizado que evalúe riesgo, responsabilidad y aspectos medioambientales por igual.
Por qué esto es importante: Mallorca vive de la convivencia adecuada de múltiples usos —ocio, deporte profesional, agricultura y pequeña aviación. Un récord exitoso aporta visibilidad y quizá valor turístico. Pero si para lograrlo se omiten procesos de seguridad o se comunica de forma escasa, al final no queda solo la imagen de un despegue exitoso, sino una serie de preguntas abiertas que pueden empañar el ambiente en la pista.
Conclusión contundente: rendimiento físico impresionante y relaciones públicas hábiles van de la mano, pero en una isla pequeña como Mallorca la evaluación debe ser: espectáculo sí, falta de transparencia no. Son Bonet no es un terreno de juego para experimentos sin control —y si la fuerza de los pedales vuelve a levantar un avión, antes deberíamos saber quién asume la responsabilidad y cuán seguro permanece el cielo sobre nosotros.
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