En Palma se registran cada vez más casos de personas que, a pesar de tener trabajo o recibir prestaciones, no tienen un techo sobre sus cabezas. Los ayudantes llegan a sus límites y las viviendas municipales están desbordadas.
Más personas en la calle, también de día: la situación se agrava
En las calles de Palma se les ve cada vez más a menudo: personas que deben ir a trabajar por la mañana y por la noche no tienen un lugar para dormir. El número de personas que buscan ayuda, atendidas por equipos móviles durante la noche, ha aumentado significativamente este año. Según los ayudantes, hasta ahora han sido alrededor de 1.940 contactos, y la previsión es: no disminuirá, sino que aumentará más bien.
Recibimos cada noche docenas de llamadas, dice Hugo, uno de los trabajadores sociales que salen de noche. A veces el teléfono suena 40-50 veces, y no podemos estar en todas partes al mismo tiempo. Su equipo está formado por aproximadamente una docena de personas, cuenta, y deben establecer prioridades: primero los más vulnerables, luego los demás.
Una evolución que sorprende a muchos: no son solo personas con adicciones evidentes o con graves trastornos mentales las que terminan en la calle. Cada vez más, los ayudantes se encuentran con personas que tienen un trabajo o, al menos, derechos a prestaciones sociales, pero con ese ingreso no les alcanza para una vivienda.
Vivir se convierte en lujo
Las habitaciones en Palma cuestan, según información de círculos sociales, entre aproximadamente 400 y 900 euros. Para personas solteras con un trabajo de bajos ingresos, eso a menudo no es asumible. Los refugios municipales tienen listas de espera, la oficina social regional IMAS reporta plazas llenas y largos tiempos de espera. Medidas como los 18 nuevos puestos de enero de 2024 o un albergue con 26 plazas en Binissalem han ayudado, pero no basta.
Se dice que una nueva vivienda de emergencia planificada con 50 plazas fracasó, mientras se negocia la compra de una instalación con otras alrededor de 25 plazas. Hasta que existan esas soluciones, los equipos móviles reparten mantas, sacos de dormir y pan por la noche y tratan de ofrecer acompañamiento a largo plazo.
Las personas con las que hablan los ayudantes son de gran diversidad: mayores, migrantes, trabajadores, pero también personas con problemas de salud complejos. Eso complica la situación, dice Hugo. No se puede meter a todos en un único esquema.
La frustración local también crece: los vecinos de algunos barrios ven campamentos improvisados, turnos nocturnos en parques y grupos que se congregan en vestíbulos. Al mismo tiempo se escucha de empleadores que estarían dispuestos a ayudar, pero también están bajo presión de precios.
Lo que se necesita ahora
Hugo y sus compañeras exigen más determinación política: vivienda asequible, refugios transitorios más rápidos y ofertas de atención de umbral bajo. Ayudar en la calle es importante, pero no es suficiente. Necesitamos soluciones que saquen a las personas de la calle de forma duradera, dice.
Es un problema que no solo afecta a grupos aislados, sino a toda la ciudad. Quien camina por Palma por la noche, se da cuenta: la isla brilla, pero en algunos rincones se abre una brecha que crece cada vez más.
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