El alcalde Martínez presenta un paquete: no se concederán nuevas licencias para apartamentos turísticos, se quiere prohibir los barcos de fiesta en el Paseo Marítimo y eliminar los hostales. Un plan ambicioso —pero, ¿qué significa esto en la práctica para inquilinos, propietarios y empleos en Palma?
Palma quiere recuperar vivienda — ¿pero a qué precio?
El martes por la mañana el alcalde Jaime Martínez presentó un paquete que el ayuntamiento entiende como un punto de inflexión: todas las formas posibles de alquiler vacacional a corto plazo deben detenerse en Palma. Las palabras fueron duras y el mensaje claro: la ciudad ya no otorgará nuevas licencias para apartamentos turísticos y las normas existentes se endurecerán de forma retroactiva —con un período de transición de tres meses—.
La pregunta central, que en el calor del verano en el Paseo Marítimo se convirtió pronto en tema recurrente en los grupos de WhatsApp de los barrios, es: ¿Liberará esta política viviendas para la población local o arrastrará a Palma a un campo de batalla jurídico y social que al final será menos eficaz de lo esperado?
¿Qué se plantea exactamente?
En resumen: los 639 apartamentos turísticos actualmente registrados de forma legal se mantienen por ahora, pero no se concederán nuevas autorizaciones. Habitaciones sueltas, viviendas unifamiliares, apartamentos pequeños —todo lo que hasta ahora se ofertaba en plataformas— quedará sujeto a controles mucho más estrictos. Los barcos de fiesta frente al Paseo Marítimo deberán ser prohibidos en colaboración con la Autoritat Portuària de Balears (APB). No se permitirán nuevos hostales ni albergues juveniles; los establecimientos existentes se transformarán progresivamente en hoteles o en viviendas normales.
La idea resulta simpática y comprensible: menos bajos musicales nocturnos, vecindarios menos masificados en La Lonja, Santa Catalina o en el laberinto de calles del casco antiguo, más espacio para las familias que quieren quedarse en Palma. Pero la aplicación práctica tiene muchas sombras de las que se habla relativamente poco.
El problema legal y práctico
Las normas retroactivas son jurídicamente delicadas. Los propietarios podrían presentar demandas —y eso puede durar años. ¿Quién asume la responsabilidad si de repente no se puede alquilar una vivienda pero las hipotecas siguen? ¿Quién cubre la diferencia si hay que transformar hostales en viviendas, se pierden empleos o los operadores reclaman indemnizaciones?
Otro punto ciego es el control. Palma no dispone de inspectores ilimitados para detectar ofertas ocultas o alquileres no registrados. La prohibición puede desplazar la actividad al mercado negro. En lugar de bajos hasta las dos de la madrugada, puede haber ahora alquileres domésticos sin registro y sin protección, más difíciles de supervisar y con perjuicio para los derechos de los inquilinos.
Consecuencias económicas
La economía de la isla depende en gran medida del turismo. Restaurantes, empresas de barcos, supermercados y el personal de limpieza de los hostales dependen de los visitantes. Un desvanecimiento repentino de los huéspedes de corta estancia significa menos ingresos y empleos, sobre todo en temporada baja. El ayuntamiento habla de convertir a Palma en un destino atractivo «para la gente que vive aquí» —pero sin mecanismos de transición corre el riesgo de una fuerte pérdida de ingresos que afectaría especialmente a los pequeños negocios.
Lo que el debate rara vez menciona
1) La mezcla social: algunos hostales permiten a viajeros jóvenes quedarse más tiempo y dinamizar la escena cultural local. Su desaparición puede homogeneizar la ciudad.
2) Trabajadores temporales: ¿dónde vivirán ahora los empleados de temporada? Sin opciones de corta estancia asequibles, suben los costes para la hostelería y los organizadores de eventos.
3) Efectos en el mercado secundario: los propietarios podrían vender —a menudo a inversores que operan de otra manera—. Paradójicamente, eso puede fomentar nuevas formas de especulación.
Concreto: oportunidades y soluciones viables
Si Palma va en serio, una prohibición general no es suficiente. Hace falta un plan con instrumentos que funcionen a nivel local:
Modelo por fases en vez de golpe de efecto: ampliar los plazos de transición, fomentar las reconversiones, ayudas estructurales para los operadores.
Incentivos en lugar de castigos: ventajas fiscales o subvenciones para propietarios que conviertan sus viviendas en alquileres de larga duración.
Fondo de reconversión: un fondo municipal para la compra de inmuebles críticos y destinarlos al mercado residencial o a proyectos cooperativos.
Ofensiva de control y datos: registro digital coordinado con las plataformas, sanciones claras contra las ofertas ilegales —y más inspectores.
Estrategia para el mercado laboral: cooperación con hoteles, restaurantes y operadores portuarios para que los trabajadores encuentren alojamientos alternativos (por ejemplo, viviendas para empleados).
Estos instrumentos reducirían también los riesgos legales y aumentarían la aceptación social. A corto plazo una prohibición puede resultar popular; a largo plazo será la ejecución la que determine el éxito o el fracaso.
El ambiente en la ciudad
En la plaza junto al ayuntamiento hubo vítores, risas sarcásticas y miradas escépticas a la vez. Las vendedoras del mercado en Santa Catalina notaron que por la mañana habría menos clientes borrachos molestando en los bares de tapas; los pequeños empresarios de alquiler de embarcaciones advierten de pérdidas; los grupos de WhatsApp de los barrios estallan —entre la esperanza de noches más tranquilas y el miedo a la pérdida de empleo.
Martínez habla de una Palma «para la gente que vive aquí». Es un buen lema. El reto es traducir ese lema en medidas pragmáticas, seguras jurídicamente y socialmente equilibradas —no solo en prohibiciones. La siguiente etapa será el pleno municipal. Hasta entonces la ciudad queda tensa, como la cuerda de una llancha en el puerto al amanecer: corta, pero bajo tensión.
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