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Niño de 8 años vence a un jugador de 85 en el Festival de Ajedrez de Calvià – una tarde que no se olvida

Niño de 8 años vence a un jugador de 85 en el Festival de Ajedrez de Calvià – una tarde que no se olvida

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En el Festival de Ajedrez de Calvià se vivió una partida inusual: un niño alemán de ocho años derrotó a un jugador de 85 con una jugada final sorprendente. Una pequeña crónica desde la zona de juego.

Una tarde inusual en Palmanova

A veces son las pequeñas cosas las que permanecen: el clic de un reloj de ajedrez, un corazón que late más rápido y un niño que sonríe de oreja a oreja porque acaba de lograr algo en lo que no siempre se cree al instante. Así fue aquella tarde en el centro cultural de Palmanova, donde se celebraba el Festival Internacional de Ajedrez de Calvià. Afuera soplaba un viento fuerte desde el mar; adentro, la gente se apretaba en las sillas, se oía el murmullo del público y el ocasional crujir de los folletos del programa.

La partida de la que se hablará durante mucho tiempo

Alrededor de las 16:30, en una sala con grandes ventanas a la plaza, comenzó el encuentro que atrajo muchas miradas: un niño de ocho años de Alemania contra un experimentado jugador de 85 años de las cercanías de Palma. No fue una partida rápida por internet, sino ajedrez real y lento: piezas movidas sobre el tablero, miradas medidas, jugadas meditadas. El reloj avanzaba —y luego, poco antes del final, llegó el momento sorprendente.

El niño sacrificó su dama. No por torpeza ni por error, sino de forma calculada. Algunos en el público chasqueaban la lengua asombrados. "No se hace una jugada así todos los días", murmuró un espectador que esperaba junto al tablero 4. El jugador de 85 años miró largo, buscó defensa, calculó variantes. Cuando finalmente se rindió, por un instante el tiempo pareció detenerse —luego estalló un aplauso, caluroso, sincero, casi con un toque de incredulidad.

Ambiente del festival y mezcla colorida

En total, en este festival, que continúa hasta el domingo, participan más de 150 ajedrecistas de unas 20 nacionalidades. Es un revuelto curioso y bonito: por un lado los mayores con sus blocs de anotación, por otro los niños con mochilas de colores. Entre ronda y ronda se olía a café en el quiosco, y los padres contaban en voz baja los peones mientras los árbitros tachaban hoja tras hoja.

El niño, cuyo nombre no se menciona por completo aquí (sus padres pidieron amablemente discreción), se mostró sorprendentemente tranquilo después de la partida. Se encogió de hombros, se ajustó la gorra y explicó a un espectador más pequeño cómo sacrificar la dama para liberar a las otras piezas. El hombre de 85 años aceptó la derrota con dignidad, rió suavemente y felicitó a su oponente con un apretón de manos firme. "Así es el juego", dijo con calma.

Por qué estos encuentros son importantes

Lo que me conmovió aquella tarde fue ver cómo se unen las generaciones. El ajedrez no es un deporte que solo exija a los jóvenes o admire a los mayores. Une. Me coloqué junto a la mesa del café y vi a ambos después sentados en una mesa —discutiendo, sonriendo y, de vez en cuando, mirando otro tablero. Escenas así hacen un festival: no solo números y clasificaciones, sino historias.

Si el joven jugador seguirá practicando en balcones en Alemania o si el señor mayor abrirá un nuevo cuaderno de anotaciones en casa —eso no lo sabemos. Lo que queda es el momento: una jugada valiente, un aplauso sincero y el recuerdo de una tarde en Calvià en la que dos mundos se encontraron brevemente.

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