Un incidente de 1988 sigue sin resolverse hasta hoy: en la aproximación a Palma se hallaron restos humanos en la cámara del tren de aterrizaje. Las circunstancias generan nuevas preguntas.
Un descubrimiento que nadie olvida
Son imágenes que no se olvidan fácilmente: una escotilla del tren de aterrizaje que se abre, y la tripulación que se topa con manchas de sangre y restos. Así comenzó hace 37 años un caso que en Mallorca nunca se aclaró por completo.
El vuelo y la señal de alarma
En la noche del 11 de noviembre de 1988, un Boeing despegó desde Hannover hacia Palma en un vuelo nocturno. Aproximadamente 111 personas a bordo, muchas en camino a un congreso turístico – escenas normales, pensó la gente. Pero poco antes de la llegada prevista sonó una alarma en la cabina: un tren de aterrizaje no pudo desplegarse.
La aeronave dio vueltas sobre la costa de Llucmajor; los bomberos y los servicios de emergencia se colocaron en posición por precaución. La tripulación siguió el problema y abrió una escotilla de mantenimiento en la zona de carga.
Descubrimiento grave y búsqueda de indicios
Detrás de la escotilla, los investigadores hallaron restos, manchas de sangre y entre las piezas metálicas una pierna aislada. Entre los motores había un anillo de plástico y un caramelo: pequeños indicios trágicos que alimentaron la hipótesis de que se trataba de un niño que se había colado como pasajero clandestino en el tren de aterrizaje.
La mecánica finalmente se liberó. La aeronave aterrizó después sin más complicaciones; la Guardia Civil se encargó de la recopilación de pruebas.
Aparente desaparición y búsqueda fallida
Paralelamente, en Hannover hubo una denuncia de desaparición de un menor, pero éste apareció poco después sano y salvo en casa; así, el misterio no se resolvió, sino que creció. Varios días recorrían las tareas de búsqueda la costa en Cap Blanc y barcos buscaban en el mar frente a Llucmajor, con la esperanza de encontrar más restos. Sin éxito.
Los investigadores cerraron el caso finalmente, sin aclarar una identidad inequívoca ni los últimos momentos de la víctima. Lo que quedó son preguntas y una sensación inquietante: ¿Cómo pudo un niño entrar sin ser visto al área del aeropuerto y abordar un avión sin ser detectado?
Por qué el caso permanece
La tecnología, los protocolos y las condiciones de seguridad eran diferentes en 1988. Aun así, el suceso parece una señal de advertencia: pequeños vacíos, grandes consecuencias. Para los familiares habrían sido importantes respuestas. Para la isla quedó un recuerdo inquietante.
Uno piensa en ello cuando hoy, en una noche de noviembre nublada, se ven las luces del aeropuerto: no solo hay aviones, también llevan historias consigo.
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