Astrid dejó su trabajo estable, se mudó a Mallorca en 2023 y hoy descubre, con programas de IA, una nueva voz artística. Un vistazo local a la valentía, las dudas y el oficio que hay detrás.
Del despacho de reuniones a un pequeño taller junto a la costa
Son las ocho y media de una mañana de septiembre, el sol todavía no golpea con fuerza, y Astrid Thieme vierte en su cocina un espresso junto a la Plaça. Antes vestía trajes a medida para reuniones del consejo; hoy escribe frases en un programa, escucha el zumbido del portátil y sonríe. «Pinto con palabras», dice, como si acabara de aprenderlo.
Cómo unas vacaciones lo cambiaron todo
El inicio no fue un golpe drástico, sino unas largas vacaciones de verano 2023. En realidad querían emigrar a Dublín, pero la isla los atrapó. «Mallorca tiene algo que me deja respirar», cuenta Astrid en un café en La Lonja, donde la camarera la saluda por su nombre. De vuelta a Alemania dejó su trabajo de PR, y primero cayó en un agujero. Fue una amiga quien preguntó, muy simple: ¿Qué te da ahora alegría?
Palabras como pinceles
La respuesta fue: formulaciones. Astrid empezó a experimentar con Midjourney. En lugar de trazos, se sirve de prompts: instrucciones precisas, pequeños poemas para una máquina. «Las palabras correctas deben encajar, de lo contrario solo ruido», dice y escribe un ejemplo en su teléfono. Su marido Rudi, 62, lo probó una vez y rió; el resultado fue, bueno, experimental. «En mi caso se ve distinto», comenta Astrid con ironía.
Entre encargos y grandes ideas
El dinero no llega de inmediato. Astrid diseña entradas para un pequeño cine en el oeste de la isla, crea logos para un café en Sencelles y asesora a empresas en cuestiones de diseño. La empresa se llama Thieme Consulting SL – oficial, sin alardes. «Así me mantengo libre, pero asequible».
Su taller es más bien un espacio de trabajo: un escritorio, una planta de interior, una lista de tareas garabateada en la pared y una astuta gata llamada Mona, que a menudo se coloca entre el teclado y el café. A las 9 de la mañana se pone frente al ordenador, por la tarde va al mar para volver a respirar. El equilibrio parece importante para ella; al público de galerías en todo el mundo también.
¿Qué queda?
Lo interesante no es la tecnología, sino la actitud: el valor de abandonar el camino seguro y la curiosidad de aprender algo desconocido de forma seria. «No me convertí en artista de la noche a la mañana», dice Astrid, «pero he decidido que puedo intentarlo». En la isla ya la miran con curiosidad —y a veces con cejas fruncidas—. Pero eso forma parte.
Si tienes curiosidad: Astrid muestra regularmente su trabajo en un pequeño pop-up en Palma y recibe con gusto mensajes. Y sí, Rudi pudo volver a sentarse frente al ordenador recientemente; esta vez el resultado se quedó en el cajón.
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