En el pasillo de las urgencias infantiles de Son Llàtzer, las gafas de realidad virtual distraen a los pacientes jóvenes: juegos breves y paisajes tranquilos reducen el estrés durante extracciones de sangre e infusiones. Un experimento sencillo pero eficaz con perspectiva.
Cuando un juego surte más efecto que una gota de anestesia
A media mañana en el pasillo 3 de las urgencias infantiles del hospital Son Llàtzer: la luz brillante de neón se mezcla con el olor a desinfectante y con el café recién hecho de la cafetería. En uno de los bancos turquesa se sienta una madre, a su lado su hijo de siete años. En lugar de moverse inquieto o llorar, mira tranquilo: a través de unas gafas de realidad virtual observa una bahía marina serena. Una enfermera le había colocado el dispositivo poco antes. Un pequeño milagro en la rutina clínica que ya casi parece corriente.
¿Qué ocurre detrás de las gafas?
Los dispositivos de realidad virtual muestran secuencias interactivas cortas: juegos sencillos, praderas coloridas o paisajes de playa tranquilos con sonidos discretos de olas. Las escenas están pensadas de forma deliberada y simple: nada de acción ni efectos frenéticos. Mientras se realiza una extracción de sangre o se coloca una infusión, el mundo virtual desvía la atención. El equipo médico observa que muchos niños se muestran visiblemente más calmados, respiran más despacio y lloran menos. Algunos cuentan después que apenas sintieron el pinchazo.
Una mirada entre bastidores: El proyecto lleva en marcha varias semanas y está financiado por un programa del sistema público de salud. Las/os enfermeras/os recibieron una breve formación: higiene, selección de contenidos y cómo presentar los dispositivos de forma adecuada para niños. En el pasillo 3 siempre hay ahora dos cables de carga y una pequeña caja con repuestos para las almohadillas —detalles que facilitan el día a día. “Aquí ya las llamamos ventanas mágicas”, dice una enfermera pediátrica con media sonrisa, mientras de fondo se oye el pitido distante de un monitor.
Más que una simple distracción
El efecto no es solo sentimental. Médicos y médicas informan que las intervenciones fluyen mejor porque los niños cooperan más. Menos estrés también significa que se requieren con menor frecuencia sedantes más fuertes o medidas de apoyo adicionales. Para el personal de enfermería esto supone: procedimientos más rápidos, menos niños inquietos y progenitores más relajados —una pequeña pero notable mejora en el trabajo diario del hospital.
Los padres suelen sorprenderse. Una madre contó que su hijo, tras el tratamiento, se quedó unos instantes más en la bahía virtual —muy tranquilo, casi en paz. Escenas así crean pequeños espacios de alivio en un entorno que de otro modo está marcado por la preocupación y la prisa. Y en la sala de espera ahora se escucha con más frecuencia alguna risa contenida, un pequeño signo de que la tecnología es algo más que un juguete.
Higiene, seguridad y límites
Por supuesto existen reglas claras: no usar las gafas en casos de enfermedades contagiosas, limpiar minuciosamente entre usos y seleccionar los contenidos de forma cuidadosa —nada que sobrecargue ni excite en exceso. Algunos niños no muestran interés o reaccionan con miedo ante la tecnología; para ellos la conversación personal y la mano conocida de la enfermera siguen siendo la mejor ayuda. Las gafas de realidad virtual no son una panacea, sino una herramienta más en la caja de recursos de la atención infantil.
Mirada al futuro: oportunidades para Palma y toda Mallorca
El hospital está evaluando si se puede ampliar la oferta más allá de urgencias, por ejemplo para terapias del dolor en niños con enfermedades crónicas o en la consulta dental pediátrica. También se contemplan contenidos multilingües para las numerosas familias que viven o visitan Mallorca. Una formación estructurada para más personal, controles de higiene regulares y un plan de uso claro ayudarían a consolidar el proyecto de forma sostenible.
En Mallorca, donde el mar forma parte del día a día, la bahía marina virtual tiene un efecto especial. Es un pequeño experimento local con gran impacto: menos lágrimas, procedimientos más fluidos y padres más tranquilos al final. Y si en la próxima visita a Son Llàtzer se escucha una risita infantil en el pasillo, quizá ese sea el signo más evidente de que tecnología y humanidad funcionan bien juntas aquí.
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