Mural de Joan Aguiló con retratos de vecinos en la fachada de una casa

Joan Aguiló: retratos, paredes y el Mallorca auténtico

👁 7423✍️ Autor: Ana Sánchez🎨 Caricatura: Esteban Nic

Sus retratos casi a tamaño real en fachadas hablan de vecinas, mercados y la vida cotidiana: un arte que mantiene unida a la isla.

Paredes, personas, historias

Vi a Joan Aguiló por primera vez en una mañana calurosa en Can Picafort, alrededor de las nueve y media, las manos todavía manchadas de pintura, una pipa entre los labios —así quedan grabados esos encuentros. Habla con calma, con la sencillez de quien prefiere trabajar a hablar. Sus retratos de gran formato suelen ocupar casi toda la fachada y miran de frente: manos envejecidas, escenas de mercado, gente con el pelo mojado por el mar. Nada de cosmética, sino vida cotidiana —y precisamente eso es lo que los hace tan acertados.

Del taller a la calle

Antes el taller era su hogar. Un año en Berlín cambió muchas cosas: arte urbano, murales colectivos, la energía cuando la gente se reúne frente a una pared —eso quería traer consigo. De vuelta en Mallorca, Aguiló trasladó su lienzo al exterior. Hoy necesita grúas, plataformas elevadoras y, a veces, una taza de café fuerte para afrontar una pared. Según el tiempo, los permisos y el humor de las palomas locales, una obra tarda entre una y tres semanas.

Lo que destaca: sus motivos siguen siendo mallorquines. Nada de conceptos abstractos; más bien rostros conocidos, citas cortas e historias que se oyen en la panadería, en el puerto o en el mercadillo dominical. Su arte es lo bastante ruidoso para ser visto, pero educado —como un vecino grande que se sienta en silencio y escucha.

Festival Saladina y los "Héroes Anónimos"

Desde 2016 Aguiló organiza el Festival Saladina en Can Picafort. La idea es simple: mejorar fachadas, invitar a artistas y convertir la calle en galería. De pequeñas conversaciones con residentes nació el proyecto "Héroes Anónimos": Aguiló y su mujer visitan pueblos, hablan con la gente, recogen relatos y luego pintan a quienes sostienen la vida cotidiana. No los alcaldes, sino la mujer que abre el centro cívico cada mañana. No las figuras públicas, sino la vecina que siempre ayuda.

Los retratos ahora están en 13 municipios de países muy distintos —desde España e Italia hasta India. Cada imagen suele ir acompañada de un breve texto, a veces una anécdota aportada por su mujer o por un autor local. Así la pared se convierte en un pequeño monumento y en la voz del barrio.

Más que una imagen

Aguiló piensa más allá: en Lloret de Vistalegre construyó con un colega un árbol de madera iluminado dentro de la biblioteca —telas ligeras, luz en su interior, esterillas para descansar. Una invitación a tumbarse, abrir un libro o simplemente perder la tarde. Estas pequeñas instalaciones muestran que para él importa lo común, no solo una buena foto para redes sociales.

El dinero a veces llega de patrocinadores —no es malo, porque materiales, plataformas y logística cuestan. Pero para Aguiló lo más importante es el público: gente que se para, que ríe, que charla o que comparte recuerdos. Entonces un mural cobra vida de verdad.

Por qué esto es bueno para Mallorca

En tiempos en que la isla suele verse como una postal, estos trabajos devuelven a las personas al primer plano. Crean identidad, temas de conversación y pequeñas islas culturales en zonas residenciales. Para los vecinos significa fachadas menos monótonas y más reconocimiento. Para los visitantes, una forma distinta de descubrir: discreta, local, sincera. Y para la planificación urbana, el arte callejero es una forma barata de mejorar la calidad de vida, siempre que los municipios autoricen, acompañen y cooperen con colegios y asociaciones.

Algunas ideas para reforzar el enfoque de Aguiló: líneas de financiación estables para proyectos culturales en pequeños municipios, colaboraciones con escuelas (clases de arte en la pared) y procesos de permisos transparentes, para que las ideas no se queden en la burocracia.

Mirando hacia adelante

Aguiló sigue siendo experimentador, pero con raíces. Entre Can Picafort, Palma y localidades menores se reconoce su trazo: pinceladas vigorosas, retratos respetuosos y a veces al atardecer el sonido de una escalera rozando una pared, mientras maúlla el gato del barrio. Cuando se ríe —casi siempre con manchas de pintura en las rodillas— se le cree que realmente le importan las personas.

La próxima vez que estés frente a una gran pared: párate un momento, escucha el lugar. A menudo detrás de la imagen hay una historia y quizá un vecino que de otro modo nunca hubieras conocido.

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