Un nuevo análisis muestra: alrededor del 40% de los alojamientos vacacionales ofertados en Mallorca no están oficialmente registrados. Para los residentes representan cargas palpables y para las autoridades mucho trabajo.
Casi el 40% no está en el registro: cifras que llaman la atención
Si uno camina a primera hora por el casco antiguo de Palma —la Plaza Mayor todavía vacía, el panadero ya abre— se percibe la mezcla: idilio insular por un lado, mercado vacacional por otro. Evaluaciones recientes del Consejo Insular muestran ahora que muchos más inmuebles de los que se suponía se alquilan fuera de los controles oficiales. En cifras: en un análisis de alrededor de 400.000 anuncios durante doce meses, los investigadores encontraron casi 8.000 viviendas que no aparecen en el registro oficial.
Eso no son solo cifras estadísticas. Si se extrapolan las plazas para dormir, podrían verse afectadas más de 40.000 pernoctaciones: personas que viven aquí pero que no son visibles ante las oficinas. Eso también explica por qué en algunos barrios los contenedores de basura se llenan antes y las farolas parpadean con más frecuencia, al menos en apariencia.
¿Cómo se determinó?
El estudio se basa en un análisis exhaustivo de datos: plataformas, anuncios, precios y disponibilidades se compararon a lo largo de un año —una especie de inventario digital con millones de puntos de datos. El concejal de Turismo responsable, Marcial Rodríguez, dijo en una presentación a la prensa que las cifras ofrecían por primera vez una visión realmente fiable de la oferta.
¿Qué se deriva de ello? Las autoridades ya han empezado a emprender acciones contra los ofertantes. Algunos anuncios fueron eliminados y se iniciaron procedimientos. Pero es laborioso: comprobaciones, notificaciones, recursos —todo ello se prolonga. Y las plataformas, como subrayan los responsables, aunque sean cooperativas, eliminar ofertas individuales no es suficiente para resolver el problema por completo.
Por qué nos afecta a todos
Para los residentes esto significa concretamente: escasez de vivienda, aumento de los alquileres en zonas demandadas y cargas perceptibles para la infraestructura y los servicios locales. Para los municipios implica pérdidas de ingresos y una carga administrativa adicional que requiere personal y tiempo. Algunos vecindarios —he hablado con gente de Portixol y Santa Catalina— dicen: 'La esquina ha cambiado'. Probablemente tienen razón.
La conclusión es ambivalente: está claro que se necesita regulación. Pero debe ser practicable. Multas y eliminaciones son eficaces a corto plazo. A largo plazo se necesita mejor control, reglas más transparentes y una visión realista del impacto en el vecindario.
¿Lo lograrán? Los próximos meses mostrarán si las autoridades pueden mantener el ritmo. Hasta entonces, muchos vecinos mantienen la esperanza de que el barrio vuelva a ser más hogar que lugar de paso.
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