La brecha entre las viviendas de lujo y las personas sin hogar se amplía. Campamentos de tiendas en los márgenes de Nou Llevant, precios por metro cuadrado cercanos a 4.000 euros y un paquete de ayuda de 228 millones: ¿es suficiente? Un chequeo de la realidad con propuestas sobre cómo Mallorca puede romper la espiral.
Precios astronómicos, tiendas de campaña y promesas vacías: por qué la crisis de vivienda en Mallorca ya no es un problema marginal
Pregunta central: ¿Bastan 1.213 viviendas sociales y un presupuesto de 228 millones para salvar una isla en la que propietarios de segundas residencias y personas sin techo se acercan cada vez más?
En el borde de Nou Llevant, entre el aparcamiento de Lidl, el leve trinar de las bandas rodantes frente a Rossmann y una autopista que marca el ritmo de la ciudad, hay tiendas de campaña y vehículos vivienda. Por la mañana se huele el espresso del bar de la esquina, se oyen niños en el parque infantil y gente que comenta los precios con los pies y los carros de la compra. Al mismo tiempo, los precios por metro cuadrado en la isla se disparan a niveles que muchos solo conocemos por postales: cerca de los 4.000 euros por metro cuadrado.
Las cifras hacen visible la contradicción: según la Agencia Tributaria, los propietarios habrían ingresado de media en 2023 unos 12.487 euros por inquilino. La media española está en 8.888 euros; regiones como Extremadura o Murcia quedan muy atrás. Mallorca atrae a compradores solventes, muchos pagan en efectivo y eluden las hipotecas tradicionales. Resultado: los vendedores pueden elevar los precios y los inquilinos se quedan con las manos vacías.
El gobierno regional responde con un paquete: 228 millones de euros para crear 1.213 viviendas sociales en las Baleares. Para Mallorca están previstas 613 unidades, de las cuales 210 en Palma; el resto se reparte en municipios como Marratxí, Sóller, Llucmajor, Petra, Sineu y Manacor. Bien intencionado, pero escaso. Ya existen 2.509 viviendas sociales; la cifra anunciada aumentaría la oferta en torno a un 48 por ciento sobre el papel. En la práctica, construir lleva años, sobre todo cuando hay que recalificar suelos, tramitar licencias y ejecutar obras.
Si se mira con detalle, quedan preguntas abiertas: ¿Quién ocupará las nuevas viviendas? ¿Cómo se controlará la asignación? ¿Qué plazos se aplican? Y, sobre todo: ¿qué ocurre mientras se esperan permisos? El debate público gira mucho en torno a cifras y titulares y poco sobre programas de transición para quienes ahora duermen al aire libre.
En lo político se evita una medida que podría ayudar a corto plazo: topes al alquiler. El partido conservador rechaza límites generalizados. Sin embargo, hay ejemplos de ciudades que lograron alivio con intervenciones temporales: en La Coruña, una limitación de rentas por dos años y medio provocó un descenso notable de los alquileres ofertados; allí la renta media es hoy de unos 730 euros, una cifra con la que la mayoría de las familias en Mallorca solo sueñan.
¿Qué falta en el discurso público? Tres cosas: cifras transparentes sobre viviendas vacías y segundas residencias, reglas claras contra las compraventas en efectivo en operaciones de alto valor y medidas vinculantes contra el alquiler vacacional, que privatiza beneficios y divide el parque de vivienda. Además se habla poco de tiempos: los proyectos de construcción necesitan meses; las soluciones de emergencia, días.
En el lugar se ven las consecuencias: una madre con bolsas de la compra en la Avenida Gabriel Roca, enfadada por la próxima subida del alquiler; un hombre mayor que recoge su manta en un banco del sur de Palma; vecinas y vecinos que se preguntan si su barrio pronto será solo apartamentos turísticos. Estas escenas no son estadísticas, son la isla en el presente.
Propuestas concretas, sin romanticismo: 1) Ampliar la ayuda inmediata: refugios móviles, un cuartel de invierno con perspectiva clara. 2) Probar un proyecto piloto de tope de alquileres en Palma, ligado a monitorización y plazos limitados. 3) Comprar de forma selectiva suelos públicos y edificios vacíos y transferirlos a la empresa pública de vivienda municipal. 4) Incentivos fiscales para quienes alquilen a largo plazo; impuestos más altos sobre segundas residencias permanentemente vacías. 5) Acelerar la transformación de locales comerciales en viviendas, pero con cupos sociales. 6) Obligaciones de transparencia en las transmisiones de propiedad: quien paga en efectivo debe registrarse para visibilizar circuitos especulativos.
Media docena de palabras sobre el dinero: 228 millones son mejor que nada. Pero en una isla donde precios de compra y alquiler se disparan en algunas zonas, son como un parche sobre tierra abierta. Se puede facilitar la construcción y las recalificaciones, se pueden pagar ayudas. Sin normas complementarias —contra el alquiler vacacional excesivo, contra la especulación descontrolada, a favor de fuertes derechos de las y los inquilinos— la situación seguirá siendo precaria.
Conclusión: Mallorca no necesita fotos de relaciones públicas de bloques de vivienda proyectados. Mallorca necesita un plan que alivie la emergencia a corto plazo y, a la vez, actúe sobre la oferta y la demanda a largo plazo. Para ello hacen falta dureza política, transparencia y ritmo. Quien pasa por la mañana junto a las tiendas de Nou Llevant no ve solo un problema social, sino una señal de alarma: si la política sigue minimizando los números y los mercados siguen gigantescos, la isla perderá su tejido social. Y eso dolerá más que cualquier burbuja de precios.
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