La mañana del lunes comenzaron los trabajos de demolición en uno de los últimos quioscos tradicionales de Palma. Los residentes y turistas reaccionan sorprendidos: para algunos, desaparece un trocito de la vida cotidiana.
El lunes comenzó la acción: excavadoras en lugar de periódicos
Alrededor de las 8 de la mañana se oyó la primera excavadora en la Plaça Alexandre Jaume — allí donde antes estaba el quiosco, que durante mucho tiempo fue un lugar habitual para leer rápidamente el periódico, tomar una porción de helado o charlar. Yo estaba cerca por casualidad: sandalias, olor a café de una bar cercana y un pequeño montón de espectadores que tomaban fotos, como si se estuviera desmantelando un monumento.
No es el final, pero sí un símbolo
El derribo no afecta solo a este rincón de la parte superior de la calle Sindicat. La casita vacía frente al centro de encuentro La Misericòrdia debería seguir pronto. Quien transita por aquí a menudo, siente: se trata menos de hormigón que de cultura cotidiana. Los quioscos de periódicos han formado durante mucho tiempo parte del paisaje de Palma — vendían periódicos de todo el mundo, cromos, a veces cigarrillos, y eran puntos de encuentro para breves conversaciones.
Los operadores lo ven con sentimientos encontrados. Tras la modernización por el operador Kemfactory, algunos quioscos adquirieron una apariencia más fresca y ofrecían, además de prensa, helados y aperitivos. Pero los propietarios se quejan de que les impusieron reglas: no bebidas calientes para evitar la supuesta competencia con las cafeterías. Para muchos clientes, el café con leche veloz en el quiosco era su rutina diaria.
«Nos han puesto la vida difícil», me contó una vecina que cada mañana empezaba su paseo en el Passeig. «Antes nos reuníamos aquí. Ahora solo queda un hueco».
Qué queda — y qué viene
La ciudad planifica cambios en muchos lugares; algunos espacios se rediseñan, otros se reutilizan. Ya sea en la Plaça Progrès o en el Olivar-Markt, aquí desaparecen puestos de venta conocidos; en su lugar podrían aparecer en el futuro columnas informativas, bancos o jardineras. Puede que tenga sentido urbanísticamente, pero muchos notan que la pequeña vida pierde sus rincones.
Estuve un rato allí, vi a una mujer mayor sacar un último periódico de la vitrina y a dos jóvenes preguntando dónde deberían comprar ahora sus sobres de Panini. Son esas pequeñas escenas las que harán falta.
Si los derribos son una solución para la convivencia urbana o si cuestan un trozo de identidad, la vecindad seguramente lo discutirá. Por el momento solo queda: un agujero en la calzada, un montón de escombros y el recuerdo de un quiosco en el que a veces simplemente se paraba un momento.
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