¿Playas abarrotadas? Ya no en todas partes. En Playa de Muro, Can Picafort y otros lugares las tumbonas quedan vacías: las razones son bolsillos más ajustados, hábitos diferentes y un poco de controversia digital.
Donde antes faltaban tumbonas, ahora sobra espacio
La semana pasada estuve sobre las 11 en el paseo de Can Picafort. El sol estaba alto, el paseo lleno, pero en la playa había filas de sombrillas sin atención. No había aglomeraciones por los mejores sitios; en su lugar, toallas repartidas sobre la arena y sillas plegables guardadas. Resulta desconcertante cuando vives aquí y recuerdas años atrás algo distinto.
Vacaciones más caras, cartera más estrecha
Muchos arrendadores cuentan que el perfil del huésped diario ha cambiado. Vuelos, precios de hoteles, gasolina: todo cuesta más. El turista “normal” ahora prefiere llevar su propia toalla, comprar una sombrilla barata en el supermercado o quedarse en la zona pública. Para los pequeños propietarios, que antes vivían vendiendo dos tumbonas y un café al día, eso ya no suele ser suficiente.
En Playa de Muro escuché ayer a un responsable decir: los fines de semana hay más gente en las calles, pero entre las 10:30 y las 12:30 muchas tumbonas permanecen libres. Algunos por eso reducen los horarios de apertura o recortan personal —al final resulta más económico que mantener filas medio ocupadas.
Una chispa digital puede cambiar el ánimo
Y luego está la red. Una discusión en un grupo regional de Facebook mostró lo rápido que una sola queja puede polarizar a toda una comunidad. Sin mucho debate, muchos defendieron a los empleados mayores en los puestos de alquiler; otros exigieron que “simplemente se quedaran en casa”. Ese tipo de conflictos no atraen a los clientes de vuelta —más bien al contrario.
Mirando la costa: Europa se apunta
Mallorca no está sola. En Italia, en playas privadas quedan tumbonas libres sobre todo entre semana; en Cerdeña y Apulia suben los precios de alquiler y muchos optan por calas públicas. En Alemania, los bancos de playa en el Báltico ya son un gasto diario en el presupuesto vacacional. En todas partes vale: si los precios suben más rápido que la disposición a pagar, los turistas piensan dos veces los extras.
¿Qué hacen los municipios?
Algunos ayuntamientos ya contemplan reducir la oferta —no solo para ahorrar costes, sino también para devolver espacio a la población local. Una voz del consistorio mencionó una posible reducción de alrededor del 20% en el plan de la próxima temporada. Si eso mejorará la situación de los arrendadores, aún está por verse.
Al final es una mezcla de economía, costumbre y algo de cabezonería: a algunos les resulta más práctico extender su propia toalla, otros echan de menos el servicio. Para los arrendadores de playa significa repensar modelos de negocio antiguos. ¿Y yo? La próxima vez sacaré de maletero mi pequeña silla de camping —ahorro para la cartera y sitio asegurado.
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