La dresdense Anett dirige desde hace años la Panadería del Sol en la Calle Acapulco 4. Pan de masa madre auténtico, un café con leche económico y un punto de encuentro para los locales definen su día a día.
Quedarse en vez de volver: cómo Anett mantiene unida la Playa de Palma con su Panadería del Sol
Una alemana, su masa madre y la mañana en la Calle Acapulco
Cuando los primeros furgones de reparto aún duermen y el sol sobre la Playa de Palma empieza a tornar el mar plateado, una pequeña panadería abre sus puertas en la Calle Acapulco 4. Del local emana el olor a pan recién hecho, en la radio suena música española a bajo volumen y albañiles, residentes y turistas hacen cola. Detrás del mostrador está Anett, que llegó aquí hace poco más de quince años y hoy dirige la Panadería del Sol.
No fue algo de un día para otro: su marido había abierto el negocio ya en el año 2000; siete años más tarde Anett se mudó definitivamente a Mallorca. Antes pasó por etapas en Alemania e incluso en Hungría; pero la isla pronto se convirtió en su refugio. Su hijo nació aquí y ahora tiene 16 años —una razón por la que nunca se arrepintió de la decisión. Para ella, Mallorca no es solo un lugar de vacaciones, sino una vida cotidiana en la que la infancia se siente diferente: niños que van en bicicleta al colegio, vecinos que se cuidan entre sí, trayectos cortos hasta el mar.
La Panadería del Sol no es una tienda gourmet exclusiva, sino un negocio con una propuesta clara: pan y bollería de estilo alemán, ofertas contundentes de su cocina propia y un obrador pequeño pero fiable. Un café con leche cuesta 1,80 euros; no es casualidad, es una decisión —los precios se ajustan a la gente que vive aquí. En la época previa a Navidad vienen muchos vecinos que gustan del desayuno alemán; Anett calcula que entonces hasta el 70 % de la clientela procede del barrio.
Un elemento clave de la panadería es la masa madre: el cultivo existe prácticamente desde la fundación del negocio. En invierno se reactiva la masa madre dos veces por semana, en verano casi a diario porque aumenta la demanda. A partir de la masa base surgen variaciones con nueces o pipas de girasol —nada es industrial, mucho se hace a mano. Además, el equipo gestiona pedidos que van desde 120 panecillos tradicionales para el día de San Martín hasta varios cientos de berlinas para los colegios, y suministra catering para embarcaciones en la costa.
En lo lingüístico, Anett se entregó a la vida aquí: en pocos años tras su llegada aprendió español, por lo que hoy las conversaciones con educadoras, clientas y proveedores transcurren con naturalidad. Si un cliente le habla en catalán, se ríe con gusto y, si hace falta, manda a su hijo —el hielo se rompe pronto. Para ella, la integración no fue un problema, sino una decisión práctica: la atención infantil en español le ayudó a practicar el idioma rápidamente.
Lo que define la vida cotidiana en Mallorca lo describe Anett con imágenes sencillas: el mar en la puerta, fines de semana libres en la sierra, naranjales en Sóller en invierno. Al mismo tiempo reconoce abiertamente que aquí a veces hay que trabajar más duro para alcanzar el mismo nivel económico que en Alemania. Para ella eso no es una desventaja, sino un compromiso compensado por la calidad de vida —días más flexibles con más tiempo para la familia y el paisaje.
La Panadería del Sol es en muchos sentidos un trozo de vecindario: aquí se encuentran el albañil antes de la jornada, el director del banco, el dueño del perro y la pareja de jóvenes padres. Son los pequeños rituales —el primer café, el bollito del domingo por la mañana— los que convierten el local en un punto de encuentro. Anett apuesta deliberadamente por la tradición y la asequibilidad, sin renunciar a la calidad artesanal.
Mirando al futuro, Anett planea seguir centrando la oferta en la masa madre, formar a jóvenes panaderas y volver a ofrecer durante los fines de semana de adviento platos especiales como muslos de pato. Para la isla es más que un negocio; es un modelo de cómo la migración y la artesanía juntos crean una cotidianeidad que aporta fiabilidad vecinal, sabor y precios asequibles.
Quien pasee por la Calle Acapulco por la mañana oye el tintinear de las tazas, la breve charla entre clientes habituales y el suave zumbido de la máquina de café. Esas escenas dicen más sobre la vida en Mallorca que cualquier estadística: son lugares como este los que conforman el día a día de la isla —y personas como Anett las que lo mantienen en marcha.
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