En Son Oliveret la policía intervino una fiesta ilegal con alrededor de 200 asistentes que empleaba la estética de un capo de la droga. Un análisis crítico: qué revela esto sobre nosotros y qué medidas faltan.
Fiesta Escobar en Son Oliveret: ¿Por qué celebramos a los delincuentes — y cómo detenerlo?
Una valoración crítica tras el operativo policial contra una fiesta ilegal con unos 200 asistentes
La tarde del domingo, en el conjunto residencial Son Oliveret en Sant Jordi se reunieron aproximadamente 200 personas bajo grandes carpas. El despliegue policial se produjo tras repetidas quejas por música a alto volumen; cuando llegaron las patrullas, los agentes dieron por concluido el evento y denunciaron a los organizadores por actividades no autorizadas. Llamó la atención que en la entrada había un elemento decorativo con forma de pequeño avión, que muchos vecinos asociaron con la legendaria hacienda de un capo de la droga colombiano.
Pregunta clave: ¿Por qué permitimos un evento que utiliza abiertamente la estética y los símbolos de un narcotraficante condenado — y qué dice eso sobre las normas, el control y el sentido de responsabilidad en nuestros barrios?
Análisis crítico: a primera vista parece una clásica molestia por ruido con carácter ilegal. Pero el caso tiene varias capas. Primero: la romantización de actores criminales no es inocua. Una decoración en forma de avión como escena de entrada es más que kitsch; es un lenguaje visual que puede trivializar conflictos, violencia y contrabando. Segundo: la aplicación legal fue, como suele ocurrir, reactiva en lugar de preventiva. Vecinos tuvieron que llamar varias veces antes de que la música cesara definitivamente. Entre tanto tocaron bandas en directo y había personal de seguridad en la entrada —el patrón de un evento de carácter comercial sin permiso.
Lo que falta en el debate público: se habla mucho de intervenciones policiales y molestias por ruido, pero poco sobre las causas de estas puestas en escena. ¿Quién organiza estas fiestas? ¿Quién se beneficia económicamente? Y, sobre todo: ¿cómo se sienten las personas cuyo día a día se ve perturbado o amenazado por estos eventos? En Son Oliveret los residentes contaron experiencias de intimidación y un creciente sentimiento de inseguridad —un aspecto que rara vez aparece en las noticias rápidas.
Escena cotidiana en la isla: Imaginen que es final de la tarde en Sant Jordi. A un lado la pista del aeropuerto, que de vez en cuando deja oír un golpe sordo de motores sobre la urbanización; al otro, las ondas del bajo de una carpa vibrando a través de ventanas abiertas. Una mujer en zapatillas sale a la acera y llama a la puerta de una vecina que ya tiene las persianas medio bajadas. El olor a fritanga se mezcla con humos de escape y, a lo lejos, un niño grita. Así se dibuja una imagen de lo cerca que conviven la vida normal y los sucesos que la alteran.
Propuestas concretas: 1) Además de intervenciones puntuales, hacen falta controles previos más consistentes de los lugares de celebración; los ayuntamientos deberían establecer procedimientos de notificación más claros y controles accesibles. 2) Trabajo visible de prevención durante el día —personas de referencia en los barrios que verifiquen con antelación si hay solicitudes y quién asume la responsabilidad. 3) Sanciones no solo contra los responsables locales, sino también contra los que lucran: si se cobra entrada y hay ingresos, debe investigarse legalmente. 4) Educación y sensibilización: colegios y recursos juveniles pueden informar sobre las consecuencias del narcotráfico y la violencia para que la glorificación no se normalice. 5) Mayor colaboración entre asociaciones de vecinos y la policía, incluyendo equipos de respuesta rápida en las horas de mayor incidencia de molestias.
Qué pueden hacer las autoridades de inmediato: exigir obligaciones informativas más claras a los organizadores, obligar a comunicar pequeñas celebraciones a partir de cierto número de asistentes y habilitar una línea directa para vecinos con tiempos de respuesta garantizados. En la práctica esto significa: no esperar 20 llamadas, sino comprobar desde la primera denuncia si el evento está autorizado.
Por qué es importante: la isla vive de su tejido social. Si los espacios públicos se convierten en escenarios para la glorificación de figuras criminales, se erosiona la confianza vecinal —y se dificulta la lucha contra problemas reales como el narcotráfico. Una decoración de fiesta que remite a transportes en avión no es una broma inocua; es una imagen con historia y consecuencias.
Conclusión contundente: la policía actuó correctamente al disolver un evento multitudinario sin autorización. Pero las intervenciones puntuales no bastan. Necesitamos un sistema preventivo que refuerce a los vecinos y prohíba convertir la violencia y el comercio ilícito en un espectáculo estético. Son Oliveret es un lugar donde normalidad y alteración conviven muy cerca —nos corresponde a nosotros trazar la frontera.
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