Un documental inglés de 1970 mostraba basura en las playas, un auge de la construcción y aves amenazadas. Las escenas de entonces son más advertencia que nostalgia. ¿Qué hemos aprendido realmente desde entonces — y qué oculta el discurso?
Mallorca en retrospectiva: una película de 1970 y las verdades incómodas que aún no hemos resuelto
Pregunta guía: ¿Qué puede decirnos hoy un documental de hace casi 55 años — y por qué su advertencia suena más fuerte que la de algunos estudios actuales?
Hay imágenes que permanecen. Un documental inglés de 1970 las muestra: calas contaminadas, obras junto a un humedal, carreteras abiertas en la sierra, pero también águilas pescadoras y buitres que todavía aparecían como elementos sólidos de la naturaleza mallorquina. Quien vea hoy estas escenas no pensará principalmente en nostalgia, sino en una pregunta: ¿por qué las primeras señales de alarma no impidieron que problemas como la sobreconstrucción, los residuos y el turismo excesivo se agravaran?
El análisis es simple y doloroso a la vez: la obra ya documentaba conflictos tempranos entre intereses de conservación y la expansión económica. Mostraba a gente que vivía de la sal, carros de burro en el campo y antiguos molinos de agua — motivos de una isla que rápidamente se convirtió en punto de tránsito para viajeros y rentabilidad. Algunas tomas también retrataban cómo las especulaciones con terrenos amenazaban humedales. Más tarde surgieron formas más agudas de confrontación: movimientos ciudadanos, recursos legales, un trabajo profesional de conservación.
¿Qué falta en el discurso público? Sobre todo dos cosas: primero objetivos concretos y medibles para un desarrollo insular sostenible; segundo, responsabilidad por los resultados. Los debates suelen girar en torno a cifras — capacidad de camas, llegadas, ingresos fiscales — sin contrapartidas claras como indicadores de biodiversidad, balance hídrico o cuotas de reducción de residuos. La consecuencia: las medidas son puntuales, a veces populistas, pero raramente estratégicas.
Una escena cotidiana que lo ilustra: por la mañana en el Passeig Marítim de Palma. Furgonetas maniobran, se vacían los contenedores, máquinas de limpieza de playas zumban de fondo. Al mismo tiempo suenan los cláxones de los autobuses, los turistas hablan alto en inglés y en el paseo se reparten folletos de alquileres vacacionales. Es una imagen que muestra a la vez vitalidad y presión — y precisamente donde el día a día es más ruidoso, las cuestiones ambientales a largo plazo suelen quedar más silenciadas.
¿Qué sería un plan realista y aplicable? Sin romanticismo, se pueden nombrar soluciones concretas:
- Repensar la ordenación del territorio: categorías de protección claras para costas, humedales y montes, vinculadas a periodos de moratoria de construcción. No más parches, sino zonificación con sanciones por incumplimiento.
- Regular la oferta turística: concesiones transparentes para alojamientos vacacionales, controles más estrictos de excursiones en barco y de la oferta nocturna, un impuesto turístico progresivo cuyos fondos se destinen exclusivamente al cuidado del paisaje y a la gestión de residuos.
- Fortalecer la infraestructura cotidiana: ampliar los sistemas de recogida de plástico y orgánicos, mejorar la logística para evitar residuos en los meses de verano, impulsar energías renovables en hoteles y zonas residenciales.
- Hacer medible la biodiversidad: indicadores anuales y públicos sobre las poblaciones de especies clave (p. ej., rapaces, aves limícolas), monitorización de humedales y programas de limpieza marina con grupos locales de voluntariado.
- Participación en vez de tranquilización: la isla necesita verdadera cogestión, no talleres de fachada. Cooperativas locales para bienes como el agua o la gestión de residuos, competencias de planificación para los municipios en permisos y líneas de financiación directa para negocios sostenibles.
En la práctica esto significa: crecimiento menos planificado, normas más vinculantes y ciudadanos que realmente participen en la gestión. Suena técnico, pero no es más que organizar lo cotidiano — evitar residuos, ahorrar agua, proteger espacios. No hay solución de Hollywood, sino trabajo práctico.
Para terminar, una conclusión contundente: la película antigua no era un oráculo, pero sí un inventario temprano. Mostraba que los problemas habían empezado mucho antes de que llegaran a los titulares. Hoy sabemos más, disponemos de mejores herramientas — y aun así a menudo falta el coraje para aplicarlas con decisión. Quien crea en paisajes preservados y pueblos vivos debe por tanto cambiar el tono de los discursos dominicales por medidas tangibles y controlables. Si no, Mallorca será solo un museo de hermosos motivos en celuloide, mientras la realidad se desvanece.
Este texto es un llamado: no solo mirar hacia atrás, sino convertir las lecciones del pasado en pasos claros y verificables. Así no se protege solo al águila y a los humedales, sino aquello que amamos por la mañana en el Passeig: una vida cotidiana viva que no se ahogue en plástico.
Leído, investigado y reinterpretado para ti: Fuente
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