El Ayuntamiento de Palma limita la reproducción musical en el nuevo mercado navideño del parque Sa Feixina a franjas horarias muy reducidas. Tras las protestas de los vecinos se aplican ahora normas estrictas, pero siguen abiertas muchas preguntas sobre transparencia, control y la duración del mercado.
Menos ruido, más problemas — cómo Palma atenúa el sonido en el parque
La administración municipal ha reducido la alta expectación por los ritmos navideños en Sa Feixina: la música en el nuevo mercado navideño solo está permitida los viernes y sábados de 19:30 a 21:30 — y aun así tan baja “que no se pueda escuchar fuera del parque”. Para los vecinos de Sa Gerreria y a lo largo del Passeig del Born eso suena a una pequeña victoria. Para organizadores, comerciantes y algunos visitantes supone una restricción notable.
La nueva norma — lo que significa en la práctica
En la práctica esto implica que la emisión continuada de sonido, DJs en directo o ensayos ruidosos antes del inicio del horario ya no están previstos. Los puestos del mercado pueden ofrecer artesanía, vino caliente y guirnaldas de luces, pero la ambientación musical queda limitada a esas pocas horas. Los residentes cuentan que en los próximos días se realizarán mediciones para comprobar si el volumen realmente queda confinado al parque. El Ayuntamiento anunció controles adicionales in situ.
La cuestión central — cuánto vida urbana es compatible
La decisión plantea una cuestión mayor: ¿cómo organiza Palma las fiestas en barrios densamente poblados sin sacrificar la tranquilidad diaria de las personas que viven allí? No se trata solo de unas horas de música en diciembre. Se trata de transparencia en la planificación, reglas medibles y del coste de la vigilancia y las medidas de seguridad. La iniciativa vecinal Barri Cívic califica la decisión de éxito, pero exige respuestas más claras: ¿Quién paga los controles? ¿Cuánto tiempo permanecerá el mercado en el parque? ¿Y qué efectos tendrá un aumento de visitantes en temporada alta?
Menos visibilidad: los detalles de la implementación
En el debate público a menudo faltan detalles técnicos y organizativos: ¿Qué límites de decibelios se aplican en el perímetro del parque? ¿Quién mide —personal municipal o un informe independiente? ¿Y cómo se actúa ante incumplimientos? Estas preguntas no son solo burocráticas: determinan si una medida funciona o se evade al cabo de pocos días. Sin criterios claros y verificables, la norma corre el riesgo de quedar en un anuncio sin dientes.
Oportunidades concretas — tres propuestas para una mejor solución
1. Puntos de medición y límites de decibelios establecidos: un umbral medible en puntos definidos fuera del parque genera transparencia. Por ejemplo, 55 dB en el límite del parque debería documentarse y publicarse para que los vecinos puedan verificar el cumplimiento.
2. Permisos temporalmente limitados y verificables: en lugar de una autorización indefinida, el mercado debería recibir una ocupación excepcional por tiempo limitado —con condiciones claras, fechas de comprobación y la posibilidad de ajustar o revocar la autorización en caso de incumplimiento.
3. Participación comunitaria y claridad financiera: una pequeña representación vecinal en la comisión de autorizaciones y transparencia sobre los costes (servicios de seguridad, equipos de medición) crearían confianza. La distribución de costes entre organizadores y Ayuntamiento debería hacerse pública.
Qué gana Palma con esto
Un marco normativo pragmático beneficiaría a todos: los comerciantes tendrían seguridad para planificar, los vecinos podrían esperar noches más tranquilas y el Ayuntamiento contaría con un modelo aplicable a otros eventos. Además, existen alternativas técnicas: pantallas acústicas, discotecas con auriculares en espacios cerrados o reducir los actos más ruidosos en favor de presentaciones artesanales podrían bajar la contaminación sonora sin sacrificar por completo el atractivo del mercado.
Una perspectiva local
En una tarde de invierno, al bajar por la calle hacia Sa Feixina ya se huele el aroma de las castañas y se oye el leve crujir de las guirnaldas —ya no las olas de graves de grandes altavoces. Risas de niños, conversaciones en mallorquín y español, el tintinear de las tazas: ese es el sonido que muchos residentes quieren recuperar en su parque. La pregunta es si Palma hará de este caso un modelo sensato para la convivencia urbana —con reglas claras, control medible y un debate abierto sobre el uso y la conservación de los espacios verdes públicos.
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