Keine Party-Boote mehr am Auditorium Palma - Reality-Check

No más barcos de fiesta frente al Auditorio: lo que falta y cómo debería actuar Palma

👁 1987✍️ Autor: Ana Sánchez🎨 Caricatura: Esteban Nic

La autoridad portuaria prohíbe atraques de barcos de fiesta frente al Auditorio de Palma. Una decisión a favor de la tranquilidad, pero quedan muchas preguntas sin responder. Un chequeo de realidad desde el Paseo Marítimo.

No más barcos de fiesta frente al Auditorio: lo que falta y cómo debería actuar Palma

Una decisión con lagunas: para los vecinos una bendición, para los operadores un problema

Resumen: En el puerto de Palma, frente al Auditorio, ya no se otorgarán concesiones para barcos de fiesta. Allí solo estarán permitidos barcos de pasajeros comerciales; además se prevén dos atraques para el anunciado "Bus Nàutic". La nueva concesión tendrá una duración máxima de diez años. El trasfondo son las quejas de los vecinos que se sentían molestos por el ruido.

Pregunta clave: ¿Resuelve la prohibición realmente el problema o solo desplaza los conflictos de ruido a otro lugar y deja detalles importantes sin aclarar?

Empecemos por lo obvio: para las personas que viven en las plantas altas de los edificios del Paseo Marítimo y que ya no quieren pasar la noche con el bajo y los cánticos, esta es una buena noticia. La ventana puede abrirse de nuevo tras una noche ruidosa; se vuelven a oír las olas y las voces del mercado en lugar de la música continua. Quienes prefieran por la mañana las guitarras de los pescadores o el burbujeo de las embarcaciones respiran aliviados.

Pero la decisión tiene dos caras. Los operadores que hasta ahora ganaban dinero con paseos breves, bebidas y mesas de DJ afrontan ahora una reordenación económica. ¿Qué alternativas se les ofrecen? ¿Se les trasladará a un atraque lejano donde los pasajeros tengan que caminar mucho o incluso dejen de acudir? ¿Habrá compensaciones, programas de reconversión o al menos plazos de transición? Nada de esto se menciona en la comunicación conocida hasta ahora.

Aún mayor es la laguna formal: falta una definición clara de qué se entiende exactamente por "barco de fiesta". ¿Basta con música alta y alcohol a bordo, o ya cuentan también los paseos donde se genera euforia? También faltan especificaciones técnicas: límites de decibelios, puntos de medición, horarios de funcionamiento. Sin cifras, la prohibición es una medida tosca que puede aplicarse de forma arbitraria.

Y luego está el control: ¿quién mide, documenta y sanciona una infracción? ¿Un servicio municipal de ordenanzas o la policía portuaria? ¿Se instalarán estaciones de medición de decibelios y serán públicos los valores? En mi recuerdo de cálidas noches de verano en el Paseo Marítimo, a menudo solo servía la luz azul y llamativa de un barco cuando los fiesteros se pasaban de la raya. El control requiere técnica y personal: ambas cosas cuestan.

Lo que casi falta en el debate público es una mirada a la estructura de la oferta. Los barcos de fiesta no son solo generadores de ruido; forman parte de la oferta turística nocturna. Una prohibición general limita a un sector sin proponer modelos alternativos: barcos eléctricos, sistemas de audio atenuados o promotores certificados con horarios de silencio obligatorios serían compromisos posibles. También falta un mapa de ubicaciones alternativas dentro del puerto, o reglas sobre la distancia mínima desde la orilla para actividades ruidosas.

Una escena cotidiana que hace tangible el problema: es tarde, las luces del Auditorio dibujan franjas sobre el agua, en el Paseo están los vecinos con la última taza de café con leche. De repente suena un bajo desde un barco, las conversaciones se pierden, las ventanas se cierran de golpe, la gata salta al alféizar. La molestia se hace personal.

Propuestas concretas que Palma debería impulsar ahora: primero, fijar límites máximos de decibelios y horarios de silencio, medidos en varios puntos fijos de la orilla. Segundo, poner en marcha un proyecto piloto de embarcaciones de bajas emisiones y sistemas de audio más silenciosos. Tercero, establecer un proceso oficial de quejas y mediciones, con un portal en línea, un panel con los valores de medición y sanciones claras. Cuarto, ofrecer medidas de transición para los operadores, ayuda para el cambio de ubicación y formación para eventos más silenciosos. Quinto, vincular la duración máxima de concesión de diez años a requisitos concretos, no solo a un plazo temporal: quien evite el ruido debería tener ventajas en una posible renovación.

Mi conclusión directa: la decisión es una señal de que Palma toma en serio los derechos de los vecinos. Pero no debe servir solo para limpiar un problema desplazándolo a otro sitio o para crear apuros económicos sencillos. Quienes reclaman tranquilidad también deben ofrecer reglas, procedimientos de medición y alternativas. Si no, dentro de unos meses estaremos en la misma promenade con las mismas quejas; solo que los barcos habrán cambiado de posición.

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