Tres barcos hundidos empañan las vistas en el Passeig Marítim. El ayuntamiento destina 50.000 euros para su salvamento, pero vacíos legales, riesgos ambientales y falta de prevención plantean preguntas mayores.
Pecios en la bahía de Pollença: el ayuntamiento paga – ¿pero quién asume la responsabilidad?
El Passeig Marítim de Pollença se siente esta mañana extrañamente apagado. Entre el tintinear de las tazas de café y el primer murmullo de los camareros hay un olor punzante a gasóleo viejo. Tres barcos medio hundidos relucen en mar en calma con cascos oxidados y pintura descascarillada asomando bajo la superficie – una imagen que molesta a vecinos, paseantes y comerciantes. El ayuntamiento ha reaccionado y ha destinado 50.000 euros para su salvamento y aseguramiento. La pregunta central sigue siendo: ¿por qué paga la colectividad por un problema que aparentemente debería ser un asunto privado?
¿Quién responde si los propietarios no aparecen?
A primera vista la solución parece sencilla: encontrar a los propietarios y exigirles que paguen. En la práctica es más complicado. Muchas embarcaciones pequeñas no están registradas o lo están de forma deficiente, los propietarios cambian y los seguros suelen cubrir solo determinados daños. Faltan identificaciones claras y registros digitales que permitan una asignación rápida. Mientras no se aclare quién es responsable, los pecios siguen causando perjuicios: estéticos, ecológicos y económicos – este último, porque los turistas evitan la costa y los bares de playa luchan por cada terraza.
Más que un problema estético: petróleo, vida marina y costes
La película visible de aceite en el agua sitúa el tema en el primer plano ambiental. Los organismos microscópicos, los peces y las aves reaccionan de forma sensible a los restos de combustible; los bancos de mejillones y las praderas de fanerógamas marinas en calas protegidas sufren rápidamente. El rescate rápido no es solo una cuestión de imagen urbana, sino también de conservación de la naturaleza. Al mismo tiempo, las labores de salvamento son costosas: 50.000 euros son un presupuesto inmediato, pero no una solución a largo plazo. ¿Quién repondrá los gastos si luego no se logra identificar al propietario?
Lo que a menudo se queda fuera del debate público
En público suele discutirse sobre costes y suciedad. Menos atención reciben las causas sistémicas: controles insuficientes de los amarres, falta de seguros obligatorios para yates pequeños, ausencia de obligaciones de notificación y la cuestión de cómo gestionan los puertos las embarcaciones abandonadas. Tampoco se suele profundizar en el papel de las aseguradoras y los astilleros – ¿tienen derechos de recargo? –. Los vecinos además mencionan barreras burocráticas: los permisos para el salvamento tardan, mientras el aceite y el óxido siguen provocando daños.
Medidas concretas para reducir la recurrencia de estas escenas
Existen medidas prácticas que el ayuntamiento y la autoridad portuaria podrían abordar ahora: un registro central público de embarcaciones, identificación obligatoria, controles periódicos de los amarres y un seguro obligatorio para daños ambientales. A corto plazo ayudan las barreras flotantes para el aceite y la rápida coordinación con equipos de buceo especializados. A medio y largo plazo conviene pactar contratos con empresas de salvamento que actúen en casos no aclarados y luego reclamen el reembolso correspondiente.
Oportunidades en la crisis
La situación también ofrece una oportunidad: más transparencia puede reforzar la confianza de turistas y visitantes y reducir costes a largo plazo. Una regulación clara de competencias evitaría que la colectividad tenga que adelantar de nuevo los pagos. Los ciudadanos podrían además informar los daños y subir fotos mediante una app para que las autoridades reaccionen con mayor rapidez. Estas herramientas digitales funcionan en muchos municipios pequeños y serían factibles en Mallorca.
Conclusión: Los 50.000 euros del ayuntamiento son un recurso necesario y urgente, pero no una solución duradera. Quién paga es solo la cuestión superficial. Mucho más importante es por qué las estructuras permiten que los pecios permanezcan años. Mientras no mejoren el registro, la responsabilidad y los controles preventivos, la bahía de Pollença seguirá siendo vulnerable al próximo recordatorio oxidado – y el olor a gasóleo será la llamada de atención para reformas reales.
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