¿Quién paga la factura de la playa? 365 embarcaciones, 365.000 euros y un problema sin resolver

¿Quién paga la factura de la playa? 365 embarcaciones, 365.000 euros y un problema sin resolver

👁 2123✍️ Autor: Ana Sánchez🎨 Caricatura: Esteban Nic

Hasta el 15 de noviembre las Baleares han contabilizado 365 embarcaciones de migrantes varadas en la costa. La retirada cuesta alrededor de 1.000 euros por barco. El gobierno regional pide ayuda a Madrid — pero eso es solo la mitad del debate.

¿Quién paga la factura de la playa? 365 embarcaciones, 365.000 euros y un problema sin resolver

Una suma sencilla revela competencias complejas — y lagunas en el manejo de un asunto cotidiano en la costa

Pregunta central: ¿Quién debe pagar la eliminación de las "pateras" que llegan a las playas de Mallorca — los municipios, el gobierno balear o el Estado español?

Los números desnudos son sencillos: según el Ministerio del Interior de las Baleares, hasta el 15 de noviembre han llegado a las costas de las islas 365 embarcaciones, y la retirada cuesta de media unos 1.000 euros por barco. Son 365.000 euros, a grosso modo. Pero mientras en el Paseo Marítimo de Palma los barrenderos empujan sus carretillas por el aire frío de la mañana y las gaviotas olfatean la mezcla de mar y gasolina, está claro que no se trata solo de euros y céntimos.

El gobierno balear critica que Madrid ofrece poca ayuda. Es una acusación política que, en el fondo, toca una cuestión administrativa: la protección fronteriza, la política de asilo y el registro son competencias mayoritarias del Estado, mientras que la limpieza inmediata de las playas corresponde a los servicios regionales y municipales. La factura suele acabar, por tanto, en quienes ya pagan la recogida de basura: municipios con presupuestos ajustados.

El problema no es nuevo, pero pone de manifiesto dos cosas de forma especialmente clara. Primero: los costes son previsibles y, aun así, no se planifican. Unos pocos cientos de miles de euros al año no son una cifra despreciable para la administración de una región, pero pueden cubrirse de forma puntual con partidas municipales y luego pasarse por alto en la planificación a medio plazo o en políticas de prevención. Segundo: los costes son solo la consecuencia más visible. En las playas quedan restos de petróleo, bidones de combustible y, a veces, enseres personales — imágenes que ven los turistas y que preocupan a las vecinas y vecinos durante sus paseos por la Platja de Palma.

En el debate público a menudo falta la conexión entre dos niveles: el destino humano y los costes del sistema. Se discute sobre cifras y competencias, rara vez sobre medidas preventivas que podrían reducir las travesías ilegales — o sobre acuerdos claros para repartir costes, de modo que no sea cada municipio el que tenga que pagar facturas molestas por su cuenta. También se presta poca atención a la carga para los servicios municipales de limpieza, que en un día deben hacer servicios extraordinarios, y al impacto ambiental cuando combustibles llegan a la arena y al agua.

Una imagen cotidiana: en un martes ventoso por la mañana en el puerto de Portixol, el café humea en las manos de los pescadores y un operario de limpieza municipal saca con guantes medio barco del agua somera. Se encoge de hombros y dice que eso se ha vuelto normal. Esa indiferencia es peligrosa: normaliza costes y trabajos que deberían formar parte de una respuesta estatal coordinada.

Se pueden derivar soluciones concretas del día a día, y son factibles técnica y políticamente:

1) Fondo de compensación central: Estado y comunidad crean un fondo conjunto del que los municipios puedan recibir reembolsos inmediatos por salvamento y eliminación. Eso aliviaría las arcas municipales y permitiría coordinar mejor las intervenciones.

2) Protocolos claros y liquidación rápida: Vías estandarizadas de aviso y facturación entre bomberos, Policía Nacional, autoridades portuarias y municipios evitarían pérdidas por fricciones y acelerarían los pagos.

3) Medidas de prevención y vigilancia: Mejor trabajo informativo en los lugares de origen, controles dirigidos en el mar y cooperación internacional pueden reducir el número de travesías. Eso cuesta, pero a largo plazo es más barato que recurrir repetidamente a salvamentos.

4) Protocolo ambiental: Normas uniformes para la eliminación de hidrocarburos y residuos impiden daños a largo plazo en dunas y praderas de Posidonia — los costes derivados serían entonces mucho mayores que los simples gastos de salvamento.

5) Persecución judicial y desarticulación de redes de tráfico: En la medida de lo posible, hay que atacar con más contundencia las raíces organizativas de estas travesías — tanto policial como judicialmente.

Todas las medidas requieren una cosa: honestidad política y un debate abierto que vaya más allá de las acusaciones. No se trata de descargar responsabilidades, sino de repartirlas — de forma eficiente y transparente. Si Madrid y Palma se lanzan mutuamente reproches, al final sufren los pequeños municipios costeros, el comercio de playa y las personas que viven y trabajan allí.

Conclusión: 365 embarcaciones son más que una cifra en una lista presupuestaria. Son un espejo de competencias, de lagunas en la prevención y de cómo se reparten los costes públicos. Ayuda práctica a los municipios, protocolos vinculantes y un fondo común no resolverían todas las cuestiones, pero quitarían la factura de la espalda de los ayuntamientos y la colocarían donde estructuralmente tiene que estar: en el nivel que comparte la responsabilidad sobre fronteras, personas y gestión costera.

Al final, cuando el viento del Tramuntana suba y las gaviotas se oigan más, la respuesta en el paseo no debería ser 'No es más que un barco más.' Debe ser: 'Lo resolvemos juntos.'

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