Desde agosto, Ryanair permite un equipaje de mano gratuito algo más grande. Para los viajeros a Mallorca es una ventaja, pero el cambio plantea dudas sobre el control, las tarifas y la transparencia.
Pequeño extra, grandes preguntas: lo que realmente cambia la nueva regla
Desde principios de agosto, los viajeros que vuelan con Ryanair a Mallorca tienen una pequeña ventaja: el equipaje de mano gratuito puede medir ahora 40 x 20 x 30 centímetros, cinco centímetros más de altura que antes. A primera vista parece una mejora diminuta. A segunda vista, cuando las chanclas y la toalla de playa se meten en la mochila, se nota: cuatro litros más de volumen (de 20 a 24 litros) pueden suponer mucho en verano.
La pregunta central: ¿alivio o maquillaje?
La cuestión principal es: ¿hace la nueva norma que viajar sea más relajado, o es sobre todo un paso cosmético que no cambia el modelo de negocio de la aerolínea low cost? En Palma se ve el caos diario en la puerta de embarque: viajeros con pequeñas maletas de ruedas se abren paso, las maletas se ajustan en marcos de medición y, al final, algunas acaban en los mostradores de facturación.
Según informaciones, Ryanair ha cambiado los dispositivos de medición en los aeropuertos. Eso es práctico, porque sin un aparato adecuado la nueva dimensión sería difícil de controlar. Pero quien haya estado en verano los domingos por la tarde en el aeropuerto Son Sant Joan conoce la escena: turistas empapados en sudor, personal estresado, cierta prisa y la eterna fila en la puerta de embarque. En esa situación, el personal suele decidir cuán estrictamente se mide. Eso crea desigualdades entre aeropuertos y vuelos.
Lo que el público rara vez escucha
Detrás del cambio hay algo más que amabilidad: se están adaptando las normas de la UE y las aerolíneas actúan con anticipación. Sin embargo, queda un aspecto fuera: la práctica de la aplicación. ¿Medirán los empleados en aeropuertos regionales más pequeños con la misma dureza que en Dublín o Londres? ¿Y cuán transparentes son las tarifas si alguien tiene que pagar un recargo?
Además, esta pequeña flexibilización no cambia el núcleo: Ryanair sigue ganando con los recargos. Por 55 x 40 x 20 cm, hasta diez kilos, se cobran entre unos seis y 36 euros, dependiendo de si se reserva con antelación o se paga en la puerta. El equipaje hasta 23 kilos cuesta hasta 50 euros. Para muchos habituales de Mallorca, el equipaje de mano sigue siendo una lotería con el personal de la puerta de embarque.
Problemas concretos y soluciones: una propuesta para Mallorca
La situación se puede mejorar sin grandes inversiones tecnológicas. Algunas propuestas concretas:
Para los viajeros: medir y pesar antes de la salida —preferiblemente ya en la habitación del hotel, mientras afuera suena el mar y los autobuses hacia la Playa de Palma chillan. Los cubos de embalaje y una pequeña báscula de mano ahorran nervios y dinero en la puerta. La prioridad y el embarque prioritario merecen la pena si se quiere garantizar que la maleta viaje en cabina.
Para los aeropuertos: señales claras y estaciones de medición gratuitas y de fácil acceso antes del control reducirían el caos. Una breve información en los monitores de salida («Formato gratuito: 40x20x30 cm») ayudaría a muchos turistas que van con prisa.
Para las autoridades y el control de aerolíneas: normas unificadas y una formación obligatoria del personal de tierra disminuirían el trato desigual entre aeropuertos. Además, listas de tarifas transparentes en línea en la página de reserva serían más sensatas que pagos sorpresa en la puerta.
Una mirada al futuro: más que cinco centímetros
Si el cambio en Ryanair marca un punto de inflexión está por ver. Otras aerolíneas podrían seguir el ejemplo si la UE exige realmente tamaños mínimos mayores. En Mallorca, sin embargo, la práctica sigue siendo decisiva: más claridad en el aeropuerto Son Sant Joan, mejor comunicación por parte de las aerolíneas y algunos consejos prácticos para los viajeros convertirían este pequeño extra en una ganancia real.
Hasta entonces: medir, empacar con ingenio y algo de serenidad —porque al final suele repetirse la misma escena: playa, sol, un gin tonic tibio y la satisfacción de que la mochila finalmente cerró.
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