El tradicional hotel Es Molí en Deià ha cambiado de manos. Un control de la realidad local: ¿qué consecuencias tiene la compra para el pueblo, los vecinos y el espacio público?
Venta de Es Molí en Deià: ¿A quién beneficia el nuevo propietario?
Una comprobación de la realidad para un pueblo que vigila muy de cerca
Al final de la calle principal empedrada de Deià, poco antes del pequeño quiosco donde los vecinos de toda la vida doblan los periódicos por la mañana y comentan los vientos, en los últimos días flotó la pregunta: ¿qué significa el cambio de propietario del hotel Es Molí para el pueblo? Los datos son escasos: 76 habitaciones, villas privadas, instalaciones deportivas, tres restaurantes, un jardín de 15.000 metros cuadrados y acceso directo al mar — una finca con larga historia, comprada por Ilanga Capital, la firma de inversiones de un miembro de una conocida familia empresarial.
Pregunta central: ¿a quién beneficia este trato — a la economía insular, a la gente del lugar o principalmente a los nuevos propietarios?
Análisis crítico: las grandes inversiones suelen traer dinero y puestos de trabajo. Pero en los llamados "activos trofeo" la propiedad en sí a menudo pesa más que consideraciones de rentabilidad. Esto puede tener dos caras: por un lado, un propietario adinerado puede evitar que una finca histórica caiga en ruina. Por otro lado, existe el riesgo de que la oferta se vuelva más privada y exclusiva, y que espacios que antes parecían semipúblicos queden de repente tras barreras. En un pueblo como Deià, donde el espacio es limitado y la demanda turística alta, eso significa: más exclusividad, menos mezcla social.
Lo que suele faltar en el discurso público: cifras concretas sobre el empleo, sobre las relaciones de alquiler en el entorno y sobre el uso del tramo costero. Falta la perspectiva de las vecinas y los vecinos, de los pequeños cafés en las callejuelas y de los talleres artesanos. Casi no se debate tampoco cómo afrontará el nuevo operador la protección del patrimonio o si la gestión de la finca reducirá realmente el consumo de agua, los residuos y las emisiones de luz.
Escena cotidiana: a primera hora de la tarde se oye la campana de la iglesia en Deià, una furgoneta de reparto aparca en la plaza, jóvenes cocineros llevan provisiones hacia el restaurante, un grupo de turistas discute en inglés la próxima caminata. Un hombre mayor riega las plantas en una maceta frente a una escalera de piedra y murmura que los alquileres han subido en los últimos años. Estas observaciones no son prensa sensacionalista; son señales de alarma de cambios que suelen comenzar despacio — con un cambio de titularidad.
Propuestas concretas que podrían ayudar en las negociaciones o en la planificación municipal:
1) Transparencia pública: los datos de la venta, las normas de acceso al tramo costero y los proyectos de inversión previstos deberían al menos comunicarse al ayuntamiento y a los vecinos afectados.
2) Acuerdos de beneficio comunitario: los contratos de compra o los modelos de explotación pueden incluir compromisos vinculantes — por ejemplo cláusulas de empleo local, plazas de formación para jóvenes del municipio o subvenciones culturales anuales.
3) Protección del bien común: el acceso directo al mar no debe convertirse en caminos privados permanentes. La normativa costera y las ordenanzas locales deben aplicarse con rigor.
4) Requisitos medioambientales: la reducción del consumo de agua, la limitación de la contaminación lumínica nocturna y el mantenimiento paisajístico sostenible del gran jardín deberían formar parte de cualquier nueva orientación.
5) Participación local: jornadas informativas en el centro municipal, un protocolo abierto entre el operador y el ayuntamiento y reuniones periódicas con los vecinos generan confianza — y desenmascaran expectativas poco realistas desde el principio.
Conclusión abierta y directa: un comprador con recursos puede cuidar Es Molí y proteger el edificio histórico — o puede adelgazar la oferta y convertir la finca en un refugio exclusivo para pocos. Para Deià ambas opciones son posibles. Lo decisivo será que el ayuntamiento, la gente del lugar y los futuros gestores confronten públicamente los intereses y no solo negocien a puerta cerrada.
Para la pequeña cala junto a la finca sigue valiendo: cuando llegan las olas, los locales notan pronto si un lugar sigue vivo o se convierte en un decorado privado. Y en la plaza, con un café con leche, ellos seguirán contándolo en voz alta — como siempre.
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