Durante años el complejo Espigol Beach en Son Bauló se ha ido deteriorando: habitaciones llenas de basura, piscinas estancadas, conexiones eléctricas ilegales y un creciente temor entre los vecinos. ¿Quién actúa — y cómo puede detenerse esta espiral?
«Ya basta»: la instalación okupada en ruinas de Can Picafort y el fracaso de los responsables
Una pregunta central: ¿quién protege al vecindario cuando todo un complejo queda atrapado entre la ley, la propiedad y la falta de vivienda?
En mi paseo temprano por la mañana a lo largo de la Avinguda de la Platja en Can Picafort se oyen gaviotas, el crujido de las barredoras y las voces ocasionales de los vendedores del mercado. No muy lejos, detrás de muros en ruinas en el barrio de Son Bauló, se encuentra el complejo Espigol Beach. Desde la distancia parece un vestigio de tiempos turísticos mejores. Más de cerca es otro mundo: montones de basura frente a puertas cerradas, dos piscinas turbias con agua estancada y ventanas abiertas detrás de las cuales parpadea una luz.
La explicación de los vecinos es contundente: años de quejas, reuniones sin consecuencias y promesas incumplidas. Según su relato, se multiplican los problemas de higiene, conexiones eléctricas ilegales, ruido, robos y puntos de agua peligrosos que se convierten en criaderos de mosquitos. La consecuencia no es solo una sensación de inseguridad en retroceso, sino también una pérdida real del valor de las propiedades cercanas.
Este es el punto de partida. La cuestión central es: ¿por qué la administración parece no avanzar? En muchos casos la respuesta está en un vacío legal y administrativo: antiguas instalaciones turísticas vendidas sin certificados de habitabilidad vigentes, titularidades sin aclarar y procedimientos judiciales en curso crean un espacio en el que ni el municipio ni los propietarios privados pueden tomar medidas eficaces a corto plazo.
Análisis crítico: en lugar de responsabilidades claras, esto conduce a bloqueos. El Ayuntamiento de Santa Margalida puede denunciar riesgos sanitarios e iniciar controles, pero un desalojo forzoso está sujeto a estrictas exigencias legales. Los propietarios, cuando se les localiza, suelen evitar los costes de rehabilitación o la regularización formal. Al mismo tiempo, la escasez de vivienda en partes de la isla empuja a personas a ocupar esos huecos. El resultado es un círculo vicioso: el abandono favorece las ocupaciones y las ocupaciones provocan un mayor deterioro.
Lo que falta en el debate público es claridad fría sobre tres puntos: primero, la estructura exacta de la propiedad del complejo; segundo, un plan de emergencia coordinado entre Ayuntamiento, Policía Local, Guardia Civil, autoridades sanitarias y servicios sociales; tercero, un debate honesto sobre vivienda asequible como parte de la prevención. Con demasiada frecuencia la discusión se queda en culpas en lugar de responsabilidades concretas y calendarios.
Una escena cotidiana lo pone en perspectiva: en una tarde de invierno los vecinos están sentados en los bancos del paseo mientras, desde la dirección del complejo, a veces se oye música alta. Una pareja mayor cuenta que por la noche sienten que la policía solo acude de forma esporádica. Una madre señala su bolsa de basura, que ya ha sido tapada varias veces por muebles abandonados. Son impresiones que a la larga minan la confianza en las instituciones públicas.
Propuestas concretas: las medidas inmediatas deberían eliminar el riesgo sanitario: vaciado y cubrimiento de las piscinas, control regular de plagas, recogida ordenada de residuos y una protección temporal de los edificios por parte del Ayuntamiento. Paralelamente se necesita un procedimiento jurídico escalonado: comprobar si son posibles medidas coercitivas; si no lo son, imponer al menos sanciones administrativas por incumplimientos demostrados de los propietarios.
A medio y largo plazo se requiere una componente socio‑política: cooperación entre el municipio y el Consell para acompañar a las personas afectadas —ofertas de alojamiento temporal, mediación con okupas y trabajadores sociales, y opciones para la regularización o traslados ordenados. También son importantes los incentivos económicos para que los propietarios realicen rehabilitaciones, vinculados a plazos claros y controles.
Por último, una propuesta práctica: un registro transparente de inmuebles problemáticos en la isla, complementado con una línea directa para vecinos, puede desenredar la burocracia. Una task force formada por funcionarios, policía, autoridades sanitarias y trabajadores sociales podría presentar en semanas un plan de acción vinculante —con pasos concretos y un calendario.
Conclusión contundente: quien mira hacia otro lado durante años acepta el deterioro. Can Picafort no necesita más declaraciones de intención, sino acción coordinada —rápida, transparente y con enfoque en las personas que viven aquí. Si no, de «ya basta» pronto pasaremos a «ya es tarde».
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