En lugar de un mercado navideño clásico: en Binissalem el municipio celebra un festival gastronómico con cocina local, baile y DJs hasta la medianoche. Un ejemplo vivo de cómo la comunidad se reúne a través de la comida.
„Ya Era Hora": festival gastronómico en Binissalem que aporta calor a la frescura de diciembre
Un aparcamiento se convierte en calle de fiesta – niños, bailes y sabores locales
El sábado el aparcamiento de la Escola Graduada en Binissalem se transformó en una animada zona de festival. Entre puestos de comida, mesas rústicas de madera y pequeñas luces, la expectación recorría las calles como un hilo rojo: voces, el tintinear de los platos, risas ocasionales. El aire olía a pescado a la parrilla, churros fritos y un poco a sobrasada, notas típicas del invierno en Mallorca.
Bajo el lema «Ya Era Hora» no hubo el clásico mercadillo navideño con puestos de vino caliente, sino una variante moderna: un festival gastronómico que puso en el centro a los productores locales. Las familias ocuparon largas mesas, los vecinos charlaron animadamente y los niños esperaron pacientes para pintarse la cara. En un puesto se servía cerveza de la isla; en otros se probaban tapas caseras y dulces de almendra.
La tarde estuvo marcada por elementos tradicionales. Grupos ejecutaron el Ball de Bot; los pasos antiguos no parecían una pieza de museo, sino algo vivo: los pies en la pequeña plaza, las castañuelas y los aplausos del público. Un desfile festivo serpenteó por las calles, acompañado de tambores y gritos alegres, recordando que las celebraciones en Mallorca suelen ser más que mero entretenimiento.
Más tarde, cuando el sol de diciembre se ocultó tras las cumbres de la Tramuntana y el aire se volvió más nítido, subió el turno de los DJs. Los beats electrónicos se mezclaron con melodías tradicionales y quienes quisieron, bailaron hasta la medianoche. La combinación de lo antiguo y lo nuevo dio lugar a un ritmo de noche relajado y a veces sorprendente: un abuelo sonreía al oír a jóvenes tararear en remix una conocida canción mallorquina.
Lo que llama la atención en jornadas así es el efecto sencillo: la gente se reúne. En Mallorca reunirse no solo significa compartir espacio; implica entrelazar productos, historias y rituales. Comerciantes locales mostraron productos que normalmente solo se encuentran en los mercados semanales. Para muchos pequeños productores, eventos como este son la mejor publicidad: no a través de carteles, sino por el contacto directo con los visitantes que prueban y preguntan.
El carácter local del festival es una buena razón por la que este tipo de eventos benefician a la isla. Refuerzan a los productores, generan ingresos fuera de la temporada alta y consolidan las redes vecinales. Cuando en una calle lateral de Binissalem la música resuena y alguien ofrece una bolsa de dulces de almendra, es un momento en el que economía y vida cotidiana se entrelazan.
Consejos concretos para los visitantes: venga con el estómago vacío, lleve cubiertos reutilizables y reserve tiempo para hablar con los vendedores. Las pequeñas conversaciones suelen aportar pistas sobre recetas, procedencia o el mejor uso de un producto. Para los locales es una ocasión para celebrar las delicias de la zona; para los visitantes, una oportunidad de descubrir Mallorca más allá de los grandes paseos marítimos.
En resumen: el festival gastronómico en Binissalem fue más que un sustituto del mercado. Fue un reflejo de cómo aquí se unen comunidad y gastronomía: sencillo, ruidoso y acogedor. Quien el próximo año vuelva a escuchar «Ya Era Hora», sabrá que una invitación a comer bien también es una invitación a estar juntos.
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