Una nueva encuesta muestra: tres de cada cuatro mallorquines consideran que el número de visitantes es demasiado alto. No se trata de aislamiento, sino de reglas —desde la limitación de coches de alquiler hasta un impuesto ecológico. Un plan para que la isla armonice la vida cotidiana y el turismo.
La pregunta clave: ¿Cuánto turismo puede soportar todavía Mallorca?
La semana pasada la encuesta estaba sobre mi escritorio, el café en la barra de la Plaça de Cort se enfriaba lentamente, y a mi alrededor escuchaba las mismas preocupaciones: el paseo por la mañana está lleno de coches de alquiler, el mercado de Santa Catalina resuena, y en algunas playas se siente menos como un paraíso vacacional y más como una cola. Los números confirman lo que la gente había susurrado entre la panadería y la farmacia: alrededor del 75,6 % de los encuestados opinan que llegan demasiadas personas a la isla.
La cuestión ya no es si el problema existe. La pregunta central es: ¿Cómo gestionamos los flujos de visitantes sin destruir la base económica de la isla?
Qué quieren concretamente las personas
Las respuestas son concretas: límites para visitantes de un día (69,1 %), menos cruceros (69,2 %), claramente menos coches de alquiler (79,6 %) y reglas más estrictas para viviendas vacacionales (80,5 %). En Palma se quejan de calles estrechas, coches de alquiler aparcados de forma caótica y del tráfico de reparto que se abre paso por zonas peatonales. En el puerto, los pescadores cuentan que los amarres están ocupados por operadores de excursiones. Estas escenas cotidianas explican las cifras mejor que cualquier estadística.
Lo que a menudo se pasa por alto
En el debate público suele faltar la mirada sobre la aplicación y los efectos en cadena. Por ejemplo: limitar las viviendas vacacionales suena bien —pero ¿cómo se evita que los propietarios se trasladen al interior o que las viviendas desaparezcan del mercado y los precios de alquiler suban aún más? O: ¿quién decide qué playas se limitan y quién controla los accesos? Las lagunas burocráticas y la falta de capacidad para controlar suelen ser el cuello de botella.
Tampoco se discute mucho la calidad de los empleos en el sector turístico. Sí, el 86 % ve el turismo como generador de ingresos, el 74 % menciona puestos de trabajo. Pero ¿cuántos de esos empleos son estacionales, precarios o mal remunerados? Una mera reducción de visitantes pondría en riesgo puestos de trabajo si no se invierte paralelamente en cualificación y en alargar la temporada.
Palancas concretas — pensadas con pragmatismo
La encuesta menciona primeros ámbitos de actuación que la política y el sector no deberían ignorar. Algunas propuestas pragmáticas:
1. Gestión de capacidad en lugar de prohibición general
Proyectos piloto para contingentes de visitantes de un día en lugares sensibles. Reservas digitales para playas populares o rutas de paseo podrían alisar las frecuencias. Eso no duele como una prohibición total de entrada, pero crea controlabilidad.
2. Repensar la movilidad
Menos coches de alquiler no significa automáticamente menos movilidad. Ampliar conexiones tipo cercanías, aumentar la frecuencia en temporada alta, instalar puntos de carga para lanzaderas eléctricas y soluciones de aparcamiento y traslado en las afueras reducirían el tráfico de automóviles y aliviarían los espacios urbanos.
3. Regulación de viviendas vacacionales con componente social
Licencias más estrictas, pero con requisitos: fondos de reserva para mantenimiento, estancia mínima y cuotas para alquiler a largo plazo a residentes. Los ingresos por sanciones podrían ir directamente a vivienda asequible.
4. Usar el impuesto ecológico de forma dinámica
Un impuesto ecológico más alto cuenta con el respaldo del 67,6 % —sensato si es finalista y flexible: tasas más altas en lugares con mayor presión, más bajas en regiones desfavorecidas, y diferenciación estacional.
5. Cruceros y gestión portuaria
Mejor planificación horaria de las escalas, límites por día e incentivos para estancias más largas en lugar de visitas cortas podrían reducir la carga en el puerto y aumentar el ingreso por visitante.
Oportunidades en lugar de pánico prohibicionista
Quien limita también crea espacio para lo nuevo. Una desestacionalización dirigida mejoraría la calidad para los visitantes y haría el trabajo más predecible. Invertir en ofertas culturales, educativas y naturales fuera de la temporada alta atraerá a los visitantes por más tiempo y repartirá el efecto positivo por la región.
Y: la imagen de una isla que apuesta por la calidad en lugar de la cantidad podría atraer un mercado nuevo y de mayor valor añadido —menos barcos de fiesta, más turistas culturales y activos. Suena casi demasiado bien, pero no es un sueño: hoy en día ya pocos proyectos sostenibles abren puertas a mercados vecinos.
Qué hay que hacer ahora
Se necesita una hoja de ruta con pruebas piloto, indicadores claros y participación local. Un observatorio central de datos de visitantes, medidas coordinadas entre municipios y transparencia en el uso del impuesto ecológico generarían confianza. También es importante implicar a los afectados —propietarios, hoteleros, conductores de autobús, pescadores, residentes—. Sin ellos, las medidas quedan teóricas.
El ambiente en el paseo, en la barra de la Plaça y en el mercado de Santa Catalina se ha vuelto más claro: no es contra los huéspedes, sino a favor de una vida cotidiana que aún deje espacio. Quien se lo tome en serio debe ahora regular con inteligencia, en lugar de prohibir por reflejo. Esa es la tarea de los próximos años. Y para el resto: mejor girar ya el disco de aparcamiento con una sonrisa antes de que el próximo coche de alquiler vuelva a doblar la esquina.
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