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Escasez de vivienda en Mallorca se agrava: una mujer, un perro y puertas tapiadas

Escasez de vivienda en Mallorca se agrava: una mujer, un perro y puertas tapiadas

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En Palma, una inquilina mayor fue desalojada de una habitación de sótano. Quedaron sus pertenencias en el pasillo, un perro viejo y muchas preguntas sin respuesta.

En el pasillo quedan solo cajas y un perro

Medio jueves en la calle Joan-Miró: trabajadores colocan la última piedra de hormigón frente a una puerta, se coloca un cartel de la empresa de vigilancia, y una mujer de más de sesenta años está al lado, inmóvil, sin entenderlo del todo. Esto no es una escena de un drama, es la vida cotidiana de la ciudad.

La mujer —llamémosla Reina, porque así se llama y porque suena correcto— ha pasado su vida en una de las habitaciones de un sótano. Apenas había espacio para todo: una cama, una mesa pequeña, un hornillo, una lámpara que a veces parpadea. Su perra Luna, ciega y pequeña, caminaba entre las cajas hasta que una vecina la tomó en brazos. Quien lo ha visto, no pudo seguir caminando sin hacer nada.

¿Por qué pasa esto?

Detrás de este tipo de desalojos suelen haber historias complicadas: meses sin pagar la renta, disputas legales y propietarios que hacen valer su derecho. En este caso, el proceso fue rápido, dicen los vecinos, y muchos se sintieron sorprendidos. El abogado dijo el martes que el desalojo sería el jueves, cuenta un activista que estuvo en el lugar a las seis y media de la mañana. No había mucho tiempo para organizarse.

Las personas que viven allí no son sombras: repartidores, camareros de Santa Catalina, cuidadores, trabajadores de la construcción. Trabajan —a menudo por turnos— y aun así no encuentran una alternativa asequible en Palma. El número de refugios de emergencia no alcanza, y muchos rechazan la oferta porque no quieren perder sus pequeños cuartos, apenas amueblados.

Entre el asombro y la resignación

La escena fue ruidosa, nerviosa y triste. Policía, abogados, representantes de una empresa de seguridad, una ambulancia, activistas con pancartas. Una mujer se desmayó; los paramédicos prestaron primeros auxilios. Al final quedó un pasillo lleno de cajas, una entrada tapiada y preguntas que nadie respondió: ¿A dónde deben ir las personas ahora? ¿Quién cuida de Luna? ¿Quién paga los muebles que ahora están en el pasillo?

La administración municipal remite a normativas y a refugios de emergencia. Las organizaciones sociales intentan cubrir las lagunas, pero a menudo están desbordadas. Vecinos traen agua, una mujer regala una manta. Pequeños gestos que en este momento apenas alcanzan.

¿Qué queda?

Este caso no es aislado. Representa un problema mayor: alquileres que suben, poca vivienda asequible y personas que, pese a trabajar, no llegan a fin de mes. Cuando las puertas están tapiadas, no solo queda hormigón, sino también desilusión — y un perro que echa de menos un olor familiar.

Al atardecer volví a recorrer la calle. La placa de la empresa de seguridad brillaba con la luz de los faros. Un vecino habló en voz baja: 'Mañana habrá un nuevo caso'. Eso dice más que cualquier estadística.

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