Plaza de pueblo en Mallorca con puestos de mercado, gente probando aceite de oliva y ambiente otoñal

Fin de semana en la isla: ferias de otoño en Caimari, Llubí y Es Capdellà

👁 4238✍️ Autor: Ricardo Ortega Pujol🎨 Caricatura: Esteban Nic

Cuando el aire de la mañana se enfría, los pueblos de Mallorca abren sus mercadillos otoñales: prensas de aceite en Caimari, catas de miel en Llubí y bailes populares en Es Capdellà — un fin de semana para probar, escuchar y pasear.

Los pueblos se preparan para el encuentro del fin de semana: aceitunas, miel y vecindad viva

En una de esas claras mañanas de otoño en Mallorca, cuando las tazas de café fuera en las mesas aún se empañan y el sol apenas roza los aleros de las casas, las pequeñas plazas vuelven a abrir sus puertas. Este fin de semana varios pueblos celebran sus ferias otoñales: cosas sencillas y a la vez potentes y delicadas: puestos en callejuelas estrechas, un murmullo de voces, el tañido lejano de campanas y siempre el aroma de repostería recién hecha y almendras tostadas en el aire.

Caimari: la aceituna como compañera de conversación

En Caimari todo gira en torno a la aceituna. En la plaza del pueblo se ven locales que con calma explican por qué la primera prensa sabe más a oro, y visitantes que se acercan atentos a pequeñas cucharillas de cata. Cuando las almazaras están en marcha, suena casi como un zumbido que se extiende por las calles. Mi consejo: quien llegue temprano —sobre las diez, cuando el sol aún no ha acalorado todo— disfrutará de los aromas más intensos. Los olivicultores cuentan con gusto historias de árboles viejos, inviernos fríos y añadas que este año resultaron sorprendentemente afrutadas. Y sí: una botella de aceite para casa vale más que muchas fotos en el feed.

Llubí: miel, vino y noches con música

Llubí recibe a los visitantes este año con el calor crepitante de pequeñas conversaciones, una copa de vino en la mano y acordes de guitarra ocasionales en el escenario. El mercado de miel del domingo es un encuentro pausado: los apicultores colocan pequeños cuencos de muestra, los niños se relamen con las cucharas y en los puestos hay mermeladas, mezclas de frutos secos y bombones dulces. Llevad efectivo: en algunos puestos aún rige la vieja forma de trato —apretón de manos, ronda de pruebas, trueque. Quien asista al programa del sábado por la noche tendrá gratis una pizca de vida de pueblo: faroles, platos que suenan y el lento caída del calor hacia una brisa más fresca y clara.

Es Capdellà: tradición con gigantes y baile popular

En Es Capdellà se mezcla la artesanía con la fiesta. Las figuras gigantes se arreglan, las asociaciones locales ensayan sus bailes y a partir de la tarde en la plaza se forma una pequeña procesión de color y movimiento. Los niños miran con ojos muy abiertos, los mayores aplauden al ritmo y entre tanto manos voluntarias sirven pequeñas raciones en los puestos: aceitunas, rebanadas de pan con sobrasada, un sorbo de vino local. Escenas así no son en la isla un museo nostálgico sino una tradición viva que se transmite de generación en generación.

Por qué es importante: Las ferias otoñales son mucho más que puestos de mercado. Generan ingresos para los productores, mantienen oficios tradicionales y reúnen a vecinas y vecinos. Para Mallorca, a menudo vista como paraíso vacacional, estas ferias de pueblo son lo que mantiene la isla viva: conversaciones verdaderas, sabores directos del productor e historias que se cuentan después en la taberna del pueblo.

Consejos prácticos para visitantes: El aparcamiento escasea —dados tiempo y considerad compartir coche. Vestíos por capas: por la mañana puede hacer fresco y al mediodía el sol suele volver a calentar. El efectivo es útil, porque no siempre hay terminales de pago. Y: probad in situ. Un elogio sincero o una observación concreta sobre el sabor significa a menudo más para quien vende que cinco estrellas en internet.

Si vais a recorrer pueblos ese fin de semana, tomáoslo con calma. Sentáos en un escalón de la plaza, escuchad a la gente, dejad que los sonidos de las callejuelas os lleguen: risas de niños, el golpeteo de la cerámica, la voz de un vendedor contando su historia. A veces es esa taza de café mallorquín humeante y un trozo de pastel de almendra en un plato improvisado lo que convierte un fin de semana en una verdadera experiencia isleña.

Si queréis, planificad visitar varios pueblos: Caimari por la aceituna, Llubí por la miel y Es Capdellà por las tradiciones. Y cuando por la noche volváis con la radio bajita, os quedará la sensación de haber vivido algo auténtico —no un gran evento, sino un pequeño pedazo de Mallorca que sigue latiendo.

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