En la Plaça del Mercat, en Adviento, el aire se llena del aroma de castañas asadas. El de 78 años Emilio Macanás vende desde hace décadas castañas de Galicia; los alemanes son, tras los locales, su segundo mayor grupo de clientes.
Magia de las castañas en Palma: Emilio Macanás y sus calderos invernales
Un día de diciembre templado, alrededor de 16 °C y con algunas nubes: son precisamente esas tardes cuando un aroma familiar recorre el casco antiguo de Palma. En la Plaça del Mercat hay un pequeño puesto de venta, junto a una antigua olla metálica sobre fuego abierto. De ella salen castañas calientes y tintineantes que atraen a los transeúntes como pequeños anclajes mágicos en el bullicio navideño.
El hombre detrás de la olla se llama Emilio José Macanás. Tiene 78 años y, en la temporada previa a la Navidad, lleva más de tres décadas vendiendo castañas asadas en Palma. Antes estuvo en la Plaza Juan Carlos I; hoy su lugar habitual desde hace 18 años es la Plaça del Mercat. Para muchos residentes ya forma parte fija de la ruta de Adviento: primero una visita al casco antiguo adornado y luego una bolsa de castañas como pequeña recompensa.
Las castañas que vende Emilio proceden del noroeste de España, de Galicia. Raspa ligeramente las cáscaras y tuesta las nueces en el tradicional caldero metálico sobre fuego de leña, una preparación que intensifica el aroma y deja las castañas crujientes por fuera y jugosas por dentro. En cuanto al precio, su mercancía se mantiene en un rango accesible: una bolsa cuesta cuatro euros y medio kilo se vende por siete euros.
Los turistas alemanes figuran entre sus clientes más fieles: tras los locales, son el segundo grupo que más compra. Se aprecia en las conversaciones, en el español inseguro y en las fotos de personas con la bolsa humeante en la mano. La mezcla de recuerdos navideños y el paisaje urbano mallorquín parece funcionar bien: para muchos viajeros es un pedazo de casa que se muestra en un aroma cálido.
Lo que estos puestos significan para Palma va más allá de un simple aperitivo: forman parte de un pequeño circuito económico y afianzan tradiciones. Un solo puesto aporta vida a las calles, genera empleo y da textura y carácter al paisaje urbano en la época más fría del año. La Plaça del Mercat parece entonces más concurrida: compradores, visitantes del mercado, niños curiosos con guantes y personas mayores que se detienen a charlar.
También son pequeños ritos silenciosos los que tienen lugar aquí. Un hombre compra una bolsa como regalo para la vecina, una pareja comparte una ración y se ríe de los trozos quemados, un niño presiona sus manos frías contra la bolsa de papel. Escenas que pueden parecer banales, pero que son precisamente lo que mantiene vivas a las ciudades en Adviento: olores, voces y el crepitar del fuego.
Para Mallorca en su conjunto supone una ventaja: ofertas auténticas atraen a visitantes que buscan experiencias locales más allá de las fotos de playa. Eso ayuda a los pequeños comerciantes en una época marcada por la estacionalidad. Al mismo tiempo, se mantiene visible una tradición culinaria que en otras partes de España ha estado históricamente ligada al invierno y a las fiestas.
Quien planifique una visita, encontrará en la Plaça del Mercat más que castañas. Los alrededores invitan a pasear, la iluminación navideña empieza a brillar y el olor del caldero de Emilio promete una mano caliente que aporta un momento de calor al día. Un consejo: llegar temprano suele valer la pena: las mejores castañas se acaban rápido y el vendedor cambia su posición respecto al fuego según el viento que sopla por las callejuelas.
Perspectiva
Estos puestos son pequeños faros culturales. Comprar en ellos no solo apoya a un vendedor individual, sino que contribuye a que las tradiciones pre-navideñas mallorquinas sigan vivas. Sería deseable que más gente buscara conscientemente estos rincones: menos consumo masivo y más momentos locales. Así, el crepitar en el caldero seguirá escuchándose durante mucho tiempo.
Y a quien se encuentre de pie con las manos en la bolsa de papel caliente, se le aconseja: quedarse un momento, observar el entorno y comer las castañas despacio. Esto es Mallorca en invierno: no solo sol, sino también pequeñas y deliciosas tradiciones.
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