Un nuevo atlas muestra: el 85 % de las Baleares está amenazado por la desertificación progresiva. Pregunta central: ¿Cómo reaccionan ayuntamientos, agricultores y el sector turístico antes de que sea demasiado tarde?
Mallorca en seco: ¿Quién paga el precio de la desertificación?
Pregunta guía: ¿Qué decisiones deben tomarse aquí y ahora para que las advertencias no se conviertan en un colapso ecológico?
De madrugada en el Passeig Mallorca, el olor a café choca con el aire invernal. Los autobuses roncan, en el mercado una vendedora empaqueta las últimas naranjas en cajas —el agua está por todas partes, visible pero no siempre palpable. Los datos del nuevo Atlas de la Desertificación en España hacen que esta escena se vea de otro modo: para las Baleares el estudio señala alrededor del 85 % del territorio en un proceso progresivo de desertificación. Eso no es solo una estadística, es una alarma para nuestras aguas, nuestros suelos y para la forma en que vivimos y producimos.
Análisis crítico: el mapa no solo muestra suelos más secos, también indica causas y conexiones. Los investigadores se basan en datos de 2020 y evalúan con un algoritmo indicadores como el nivel freático, humedales y el estado del suelo. Resultado: en España alrededor del 40 % del territorio está afectado; cifras que para Mallorca significan que actividades humanas —agricultura, ganadería, turismo— ejercen más influencia que la mera variabilidad climática. En la isla presionan los riegos intensivos, la demanda turística de zonas ajardinadas, la fuerte presión urbanística y las pérdidas en las conducciones sobre los reservorios de aguas subterráneas.
Lo que falta en el debate público: tres frentes rara vez se consideran juntos. Primero, la función de los pequeños sistemas de riego y los pozos privados, que agotan localmente el agua subterránea. Segundo, el estado de la infraestructura: las fugas en las redes desperdician agua potable y a menudo se tratan solo como un problema de costes. Tercero, la distribución social: mientras complejos hoteleros y campos de golf siguen consumiendo agua a gran escala, algunos pueblos se quejan de restricciones. Las discusiones giran demasiado en torno a soluciones tecnológicas, como grandes desaladoras, sin cuestionar la ética del uso y los mecanismos de reparto.
Escena cotidiana en Mallorca: de regreso de la Plaça Major veo jardineros que luchan con unas pocas plantas. Los olivos más viejos en los bordes de Sencelles están en terrazas secas y agrietadas, jóvenes cargan herramientas agrícolas en furgonetas. El sonido es simple: latas de plástico tintinean, perros ladran —y en medio, la inquietud de si la próxima generación podrá seguir cultivando las mismas tierras.
Propuestas concretas, locales y prácticas: 1) Ampliar masivamente la reutilización de agua en los municipios: más aguas depuradas para riego y uso industrial en lugar del solo 12 % de reutilización actual. 2) Sellado de redes: invertir en reducción de fugas se amortiza rápido —menos pérdidas, menor necesidad de nuevas fuentes. 3) Aprovechamiento de agua de lluvia: obligatorio en nuevas construcciones, incentivos para edificios existentes, y recuperar sencillos estanques de retención locales. 4) Normas de uso del suelo: grandes proyectos turísticos deben presentar balances hídricos; las zonas verdes en hoteles no deben implicar riegos intensivos por defecto. 5) Fortalecer la salud del suelo: terrazas, aumento de humus y medidas contra la erosión mejoran la capacidad de almacenamiento hídrico del terreno. 6) Órganos locales de gestión del agua: usuarios, municipios y ciencia colaborando por contrato, con cuentas transparentes que generen confianza. 7) Proyectos piloto para tratamientos naturales y recarga de acuíferos, con mediciones independientes y públicas de los niveles freáticos.
Medidas políticas y sociales deben ir de la mano. La tecnología ayuda si van acompañadas de normas y reparto. Un ejemplo: si los municipios suministran agua depurada a precios razonables para uso agrícola, pero al mismo tiempo imponen límites vinculantes a la extracción de aguas subterráneas, se pueden conciliar ambas necesidades. El apoyo financiero no debe subvencionar solo grandes infraestructuras, sino ayudar a pequeños olivareros y cooperativas a adoptar métodos que ahorren agua.
Lo que urge aclarar: ¿de quién es el agua de la isla? ¿Quién toma las decisiones cuando bajan los niveles freáticos? Sin datos transparentes y participación local corren peligro las injusticias: los que no tienen personal de lobby pagarán primero con sus pozos.
Conclusión contundente: Mallorca ya no tiene tiempo para distracciones. Los datos del atlas no son una ley de la naturaleza, sino un llamado. Pequeñas medidas locales —y una política de reparto honesta— pueden cambiar mucho. Si seguimos como si se pudiera extraer indefinidamente del subsuelo, llegará un día en que incluso el aroma del café fresco en el Passeig será menos evidente.
Lo que importa ahora: datos transparentes del agua subterránea, reparación de conducciones, más reutilización, protección de zonas de recarga y una política hídrica que obligue por igual a residentes, agricultores y al sector turístico.
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