La isla contará con una red de sondas de aguas subterráneas y contadores inteligentes por 2,7 millones de euros. Un paso adelante, pero sin decisiones políticas la técnica seguirá siendo instrumento de medición y no un plan de rescate.
Mallorca se convierte en estación hídrica: ¿Pueden las sondas frenar la sequía?
Pregunta central: ¿Bastan los datos por sí solos para afrontar una nueva era de sequías?
En el Passeig Mallorca todavía hace fresco por la mañana, los taxis pasan y en los cafés humea el primer café con leche. Bajo los adoquines, sin embargo, están los reservorios que ahora están en el centro de atención: un nuevo sistema de vigilancia con sondas en pozos y contadores inteligentes pretende convertir la isla en una especie de centro de control del agua. Coste: 2,7 millones de euros. La idea suena moderna: ver en tiempo real cuánta agua subterránea queda, con qué rapidez se recuperan los depósitos y dónde hay necesidad de actuar.
El sistema llega en un momento delicado. Imágenes recientes muestran que las reservas están en torno al 44 % y 15 municipios ya están en zona de alarma. Históricamente, los depósitos subterráneos deberían estar ahora por encima del 50 %. Al mismo tiempo, alrededor del 74 % del agua potable de Mallorca procede precisamente de estos recursos subterráneos. Quien mide, tiene razón —o al menos cifras más rápidas. La pregunta central sigue siendo: ¿qué se hace con esos datos cuando estén disponibles?
Análisis crítico: más sensores, ¿pero qué política?
Las sondas que entregan datos por segundo no son un fin en sí mismas. Su eficacia depende de tres cosas: quién ve los datos, quién puede reaccionar y qué medidas están disponibles. A nivel técnico se puede identificar con precisión qué pozos están sobreexplotados y dónde los depósitos tardan más en recargarse. Políticamente, sin embargo, hay que tomar decisiones: ¿prioridad para el suministro urbano, las tierras agrícolas o las infraestructuras turísticas? ¿Quién asume los costes si hay que desalar más agua de mar? La sensorística sin reglas claras de actuación corre el riesgo de diluirse en una montaña digital de alertas.
Tampoco la infraestructura de desalación es una solución sin peros. Las plantas en Palma, Andratx y Alcúdia estabilizan el suministro, pero consumen energía y hacen a la isla dependiente de procesos costosos. Las redes de alta presión y los acuíferos mayores como Sa Marineta y S'Extremera, así como embalses como Cúber y Gorg Blau, son colchones importantes. Si cada vez más municipios —sobre todo en el interior— dependen de sus propios pozos, el problema solo se desplaza geográficamente.
Lo que falta en el debate público
El debate se centra actualmente en las mediciones y la técnica. Los que aparecen poco en las noticias son los pequeños agricultores, las administraciones municipales sin conexión a la red transversal y las personas que dependen en espacios reducidos del agua para el hogar y el riego. Tampoco se discuten con frecuencia los costes operativos, la fuente energética de la desalación, las cuestiones legales sobre la propiedad del agua subterránea ni los mecanismos para una distribución justa en épocas de sequía.
La transparencia es otro asunto. Los datos en vivo sirven de poco si no son accesibles y comprensibles para alcaldes, agricultores y ciudadanos. Un panel de control solo para expertos no ayuda al agricultor de Binissalem que tendría que ajustar su riego.
Escena cotidiana en la isla
Lo veo a menudo por la mañana en la plaza del pozo de Inca: una mujer mayor llena su pequeña regadera, en la radio suena un programa suave desde Palma, los niños van a la escuela. Para ella los porcentajes dramáticos son abstractos. Más concreto es el conducto que en verano casi no tiene presión o el vecino que riega el césped con un aspersor. Esas experiencias cotidianas generan presión política —y son las que hacen que las medidas se impongan.
Propuestas concretas
La técnica debe ir acompañada de normas e inversiones. Propuestas que se pueden implementar de inmediato: 1) Plataformas de datos abiertas y accesibles localmente que expliquen los niveles de alarma y ofrezcan recomendaciones de acción para los municipios. 2) Priorizar la conexión de los municipios interiores aún no enlazados a la red transversal para evitar que las carencias escalen localmente. 3) Programas de apoyo para sistemas de riego que ahorren agua en la agricultura y para instalaciones de captación de agua de lluvia en viviendas particulares. 4) Proyectos piloto de recarga artificial de acuíferos donde tenga sentido geológico. 5) Una tarifa escalonada que premie el consumo responsable y encarezca el despilfarro, acompañada de compensaciones sociales para hogares de bajos ingresos.
A largo plazo deberían incluirse en la agenda: desalación energéticamente eficiente, expansión del tratamiento de aguas residuales y su reutilización en agricultura, protección de cuencas y reglas operativas vinculantes para los gestores de pozos basadas en los nuevos datos.
Conclusión directa
Las sondas son una herramienta, no una promesa. Hacen visible lo que hasta ahora estaba oculto, pero la visibilidad por sí sola no llena depósitos. Si Mallorca convierte los datos en consecuencias —normas vinculantes, distribución justa e inversiones en eficiencia—, la isla podrá gestionar con más inteligencia los próximos años secos. Si no, los nuevos centros de control quedarán como escaparate técnico: interesantes de ver, pero sin los músculos políticos que realmente pesan.
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