En Andratx, Fornalutx, Deià, Calvià y Pollença, más del 60 % de las ventas de inmuebles van a manos de extranjeros. ¿Qué significa eso para los precios, la vida cotidiana y el futuro de los pueblos?
¿Qué consecuencias tiene que en algunos pueblos más del 60 % de las compras sean realizadas por extranjeros?
Quien pasea en una mañana soleada por el mercado de Pollença oye a los vendedores de aceitunas, huele pan recién horneado y ve turistas con cámaras —pero rara vez percibe la estadística que hay detrás de todo ello. Los datos actuales muestran: en lugares como Andratx, Fornalutx, Deià, Calvià y Pollença, así como en muchos municipios de la Tramuntana, más del 60 por ciento de las compras de inmuebles corresponden ahora a compradores extranjeros. Una cifra que, de forma lenta pero clara, está desplazando los patrones del vecindario.
Quién compra, dónde va el dinero
La demanda se concentra en las zonas costeras y en los pueblos panorámicos de la sierra. No es de extrañar: el mar, las calles estrechas y las vistas son ahora mercancía con precio. Deià registra valores medios en torno a 8.900 euros por metro cuadrado; en determinadas áreas de Palma se pagan hasta 10.000 €/m². En contraste están las zonas residenciales del interior de la isla, con alrededor de 1.600 €/m². En las Baleares hay actualmente algo más de 618.900 viviendas; la superficie media de las mismas es de unos 164 m² (Palma: ~134 m²).
Lo que suele faltar en el debate público
Las consecuencias evidentes —subida de precios, alquileres más altos— son solo la mitad de la historia. Se discuten con menos frecuencia: los efectos sobre infraestructuras y servicios, el vaciado de los pueblos fuera de temporada y el problema de las segundas residencias vacías que dejan casas aisladas durante meses. Más de la mitad de los edificios se construyó antes de 1980; muchos no cumplen con los actuales estándares energéticos y de habitabilidad. Esto implica un aumento de las necesidades de rehabilitación al mismo tiempo que hay un boom de compra de inmuebles caros.
¿Qué tensiones sociales surgen?
Cuando compradores con ingresos internacionales usan casas unifamiliares como segundas residencias, la vida se desplaza. Los jóvenes locales se ven desplazados, los oficios tienen meses de bonanza y luego largos periodos de calma, las escuelas públicas y las pocas tiendas lidian con una demanda fluctuante. En Fornalutx, en una niebla de martes por la mañana, una dependienta de la panadería dijo: «Los jóvenes apenas pueden quedarse.» No hay rabia, más bien resignación silenciosa. Estas observaciones no son anécdotas: reflejan desplazamientos demográficos.
Efectos económicos y ecológicos
La presión sobre la construcción y la rehabilitación trae tanto oportunidades como sombras: más trabajo para los gremios, pero también mayor ocupación de espacios libres, mayor consumo de recursos y la duda sobre quién aportará los oficios necesarios. La construcción industrial prefabricada podría reducir los tiempos de obra en torno a un 30 % y, por eso, es una propuesta que vuelve en las mesas de expertos. Pero los planos tipo y las losas de hormigón por sí solos no solucionan el problema de comunidades mixtas y saludables.
Concretamente: ¿qué se podría cambiar?
Existen enfoques prácticos que van más allá de prohibiciones y del pánico. Algunas ideas que podrían funcionar en Mallorca:
1) Subvenciones para rehabilitación y ayudas energéticas: ayudas para modernizar viviendas construidas antes de 1980, vinculadas a la condición de que la vivienda se alquile a largo plazo o se ocupe como residencia habitual.
2) Modelos de vivienda asequible: Community Land Trusts o fondos municipales de vivienda que retiren suelo del mercado especulativo y aseguren alquileres bajos de forma permanente.
3) Agilizar la construcción y fomentar el oficio: programas de apoyo para módulos habitacionales prefabricados pero adaptados localmente y iniciativas formativas para operarios de la construcción, para que no sean solo empresas externas las que abastezcan el mercado.
4) Normas de uso y transparencia: una obligación de registro más estricta para distinguir residencias permanentes de segundas residencias y un control más riguroso de las viviendas vacías podrían mitigar el vaciado estacional.
Por qué tiene sentido actuar ahora
Las nuevas cifras harán más visibles las realidades del mercado; los vendedores que mantengan demandas poco realistas se verán presionados. Al mismo tiempo, la encuesta presupuestaria prevista (más de 4.500 hogares, con una muestra de alrededor de 1.200 personas entre 18 y 44 años) es una oportunidad: los datos pueden mostrar necesidades concretas —desde el retraso en rehabilitaciones hasta la demanda de viviendas pequeñas y asequibles.
Un escenario posible
En vez de seguir hablando solo de prohibiciones, sería sensato apostar por un enfoque pragmático: proyectos piloto en los municipios afectados, combinados con ingeniería de subvenciones y reglas claras para las segundas residencias. Así, pueblos como Fornalutx o Pollença podrían conservar su carácter sin renunciar a las ventajas económicas de un mercado inmobiliario atractivo. Más fácil decirlo que hacerlo —pero también más fácil si se empieza ahora.
Al final queda la pregunta: ¿queremos lugares que solo vivan en temporada alta o pueblos con convivencia real durante todo el año? La respuesta se decide en los ayuntamientos, en los plenos y en el mercado —y entre una venta y la llave que gire el próximo comprador.
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