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Deslumbrante inicio de temporada del OSIB: de Turina a Strauss, una noche que perdura

Deslumbrante inicio de temporada del OSIB: de Turina a Strauss, una noche que perdura

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La Orquesta Sinfónica de la Isla se mostró tras el descanso veraniego vivaz y precisa. Una noche de piano con Davide Cabassi y una explosión de Strauss como cierre triunfal.

Una noche de contrastes: íntima, aireada, luego llena de fuerza

Anoche, puntualmente a las 20:00, el auditorio se llenó de forma perceptible. Frente a mí, un público diverso de habituales, estudiantes curiosos y algunas turistas que, al parecer, habían hojeado el calendario de conciertos. El ambiente: expectante, pero tranquilo. En el programa figuran Turina, Falla, Debussy y Richard Strauss, una mezcla que prometía colores sonoros muy diferentes.

La oración suave: El inicio de Turina

El concierto abrió con Joaquín Turina y su pieza La oración del torero, una escena extraña, casi privada: ningún triunfo, sino recogimiento interior. Las cuerdas de la orquesta lo tomaron con mucha reserva, con un tono cálido, casi parlante. Se oyó cómo los atriles respondían entre sí, pequeñas ondas de vibrato, sin gran patetismo, sino delicadeza. Para mí fue la parte más íntima de la noche; se podría haber oído caer una aguja.

De Falla y Cabassi: color de sonido en lugar de virtuosidad

Davide Cabassi, el pianista italiano, asumió las partes solistas en Noches en los jardines de España de Falla. Quien esperaba un fuegos artificiales estereotipado, fue desilusionado. Cabassi apostó por la contención; su interpretación se integró, en lugar de dominar. La obra vive de la atmósfera, de la memoria mediterránea, no de exhibiciones. Y eso fue exactamente lo que logró: pulsos chispeantes en los platillos, maderas delicadas, el piano como parte de un mosaico cálido.

Debussy: sueño entre flauta y silencio

Con el Prélude à l’après-midi d’un faune, la flauta fue la clave: un inicio semi-dormido que se alargó y se desvaneció. La pintura sonora funcionó: maderas y arpa dibujaron imágenes, la orquesta respiró con, sin una resolución real. No fue una declaración dramática, sino una meditación. Algunos en la sala suspiraron en voz baja, otros contuvieron la respiración: un pequeño momento compartido.

El Don Juan de Strauss: el gran final

Y entonces Strauss: Don Juan sacudió a los músicos. Aquí mostró la orquesta su fuerza, los bajos apretaron, las trompetas llamaron – en breve, todo se unió. Fue dinámico, con tempos claros y mucho impulso. El aplauso posterior fue largo y merecido; algunos se levantaron, aplaudiendo con una amplia sonrisa.

El director y el solista trabajaron muy coordinados juntos. Pablo Mielgo apostó por estructuras claras en lugar de un mar de emociones; eso encajaba con la programación de la noche. Para todos los que no pudieron asistir ayer: el programa tendrá una reposición en Manacor; una razón más para conseguir entradas.

Salí del auditorio tarde, las farolas de la Plaza proyectaban largas sombras. Una pequeña observación lateral: antes de la salida, dos estudiantes discutían sobre la parte de las flautas; precisamente esas conversaciones hacen que estas noches sean vivas.

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