Las cifras oficiales del ministerio muestran: el alcalde de Palma gana mucho, pero no es el que más cobra en las Baleares. Por qué la estructura salarial es tan desigual y qué implica para la política municipal.
El alcalde de Palma no es el mejor pagado: quién en las Baleares cobra más
Cuando los números hablan — y las farolas de Palma siguen parpadeando
Pregunta central: ¿Qué nos dice sobre nuestra política municipal que el alcalde de una localidad pequeña cobre más que el responsable de una ciudad de 430.000 habitantes?
Los datos del Ministerio español de Transformación Digital y Función Pública para 2024 hacen públicas las retribuciones: el alcalde de Palma percibe netos 65.726 euros al año. Pero quien encabeza la lista en las Baleares no es él, sino el titular del cargo en Eivissa, con 68.293 euros. Ambos pertenecen al mismo partido. En Mallorca le siguen Calvià (62.128 euros) y Felanitx (58.495 euros): cifras que sorprenden a primera vista si se piensa únicamente en el número de habitantes.
Ayer por la mañana estuve en la Calle Sant Miquel, las vendedoras del mercado empaquetaban sus cajas, una moto pasó zumbando, la campana de la iglesia dio las diez y media. Nadie allí hablaba de salarios, pero el debate afecta la vida cotidiana: ¿quién decide sobre la ampliación de un carril bici en Ponent, quién sobre plazas en guarderías en Palma, quién sobre una farola en un pueblo de montaña? La responsabilidad no es solo una cuestión de número de habitantes, sino también de competencias, accesibilidad y peso político, y eso no siempre se refleja en una simple cifra anual.
Análisis crítico: los datos en bruto muestran disparidades, pero no responden a las preguntas realmente importantes. ¿Por qué un alcalde de una ciudad insular de unas 50.000 personas cobra más que el jefe del ayuntamiento de la capital? ¿Están los salarios vinculados a criterios formales como el volumen presupuestario, la presión turística o el número de empleados? Las publicaciones oficiales no introducen estas categorías de forma uniforme. El Ministerio enumera importes, no los cálculos subyacentes.
Otro punto ausente en el debate público es la distinción entre importes brutos y netos, pagos extraordinarios, normas sobre la duración del cargo o actividades paralelas. En la práctica se observa a menudo que los alcaldes de ciudades más grandes disponen de más personal administrativo y deben coordinar casos más complejos, lo que exige tiempo y trabajo que no siempre se refleja en un salario anual puro. Al mismo tiempo, en el mundo rural hay alcaldes que desempeñan labores honorarias con remuneraciones mínimas.
Transparencia es otra cosa. En Mallorca 40 de 53 municipios comunicaron sus datos; 13 guardaron silencio. Eso genera una imagen sesgada. Quien se sienta en la Plaza Weyler en una tarde fría del Paseo Marítimo escucha a jubilados, comerciantes y conductores de autobús hablar sobre servicios: nadie entiende por qué algunos importes son difícilmente justificables.
Propuestas concretas: primero, obligaciones uniformes de divulgación. Todos los ayuntamientos deberían informar siguiendo un mismo esquema: bruto, neto, complementos, posibles ingresos adicionales, volumen presupuestario y número de empleados. Segundo, un sistema retributivo transparente y comprensible que contemple factores como el alcance de responsabilidades, el volumen presupuestario y la presión turística. Tercero, auditorías externas periódicas por órganos independientes que también pongan en relación tasas y cargas tarifarias. Cuarto, asambleas ciudadanas a nivel local, por ejemplo en centros culturales o salones municipales, donde se expliquen y discutan estas cifras: no tablas áridas, sino ejemplos de la vida cotidiana.
Lo que suele faltar en el discurso público es la conexión con la realidad: cuando la recogida de residuos en Cala Major llega tarde, los vecinos no preguntan por salarios promedio anuales, quieren una solución. Una mejor comunicación sobre cómo se forman los salarios y cómo se vinculan al desempeño podría reducir la desconfianza.
Dicho irónicamente: resulta extraño que, sobre el papel, una localidad pequeña supere financieramente a la jefatura de una metrópoli, mientras en la Plaza Mayor de Palma las farolas todavía parpadean por la noche. La diferencia no es solo política ni solo numérica: es comunicativa.
Conclusión: Los datos son una llamada de atención. No para desacreditar a quienes ocupan cargos, sino para cuestionar las estructuras retributivas. Mallorca vive de pueblos pequeños y de grandes ciudades a la vez: el modelo retributivo debería tomarse en serio esa diversidad.
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