Un tribunal ha confirmado la prohibición de los tuk‑tuks en el casco antiguo de Palma. Para los vecinos supone tranquilidad; para los operadores, temor por su sustento. Es una oportunidad para reevaluar la movilidad del centro de forma inteligente —si el ayuntamiento planifica algo más que multas.
Tribunal confirma la prohibición de tuk‑tuks en Palma – ¿Quién gana, quién pierde?
En una mañana avanzada, cuando la Plaça Major huele a pan y a espresso y las gaviotas sobrevuelan el Passeig Marítim, Palma parece casi igual que siempre. No obstante, un tribunal ha despejado hoy la incertidumbre jurídica: la prohibición de los tuk‑tuks para recorridos turísticos por el casco antiguo, dictada en agosto, se mantiene.
La pregunta central es sencilla pero importante: ¿Sirve la prohibición al interés público, o solo traslada los problemas a otros lugares y perjudica de forma desproporcionada a pequeños empresarios y conductores?
La administración municipal viene paralizando desde hace semanas a dos empresas que ofrecían paseos con vehículos de tres ruedas por callejuelas estrechas. Motivo: falta de autorizaciones de uso especial y un modelo de negocio que, según el ayuntamiento, no estaba previsto. Vecinos de barrios como La Lonja y Santa Catalina denunciaron en varias ocasiones —motores ruidosos a primeras horas, peatones desorientados en las angostas calles del casco antiguo, maniobras riesgosas entre flujos de turistas. Para muchos era un elemento demasiado estridente en un paisaje urbano conocido.
En el otro lado están los operadores: capital invertido, turistas con reservas, puestos de trabajo. En la estrecha acera junto al mercado oí a un conductor decir: «Necesitábamos claridad, pero esto es un golpe duro.» Y es cierto: los vehículos comprados a prisa, a menudo con motores de combustión, no se retroceden de forma rápida.
Qué significa la decisión en la práctica
Quienes sigan transportando personas sin la autorización de uso especial se exponen a multas y a la inmovilización de sus vehículos. El ayuntamiento anunció controles más estrictos. Pero aplicarlos no es sencillo: en un espacio urbano denso cada control exige tiempo, personal y planificación logística. La cuestión de si los vehículos remolcados serán almacenados de forma permanente o devueltos tras las sanciones sigue siendo un reto práctico para la policía local.
Un aspecto hasta ahora poco atendido es la teoría del efecto desplazamiento: las prohibiciones pueden empujar la oferta hacia barrios vecinos o a servicios informales —menos visibles, más difíciles de controlar y posiblemente menos seguros. Además, la normativa afecta en mayor medida a trabajadores temporales y a microempresas que a operadores de mayor tamaño.
Ecología, ruido y realidad
Argumentos a favor de la prohibición: seguridad vial, protección contra el ruido y reglas uniformes en el transporte de personas. Muchos tuk‑tuks son ruidosos y funcionan con motores de combustión —lo que choca con el debate urbano sobre aire más limpio y descanso nocturno. Sin embargo, desde el punto de vista ecológico resultaría más adecuado regular de forma diferenciada en lugar de prohibir por completo: soluciones móviles pequeñas y eléctricas podrían combinar las ventajas de los tuk‑tuks (tamaño reducido, maniobrabilidad, atractivo turístico) con las exigencias municipales.
Qué debería ocurrir ahora de forma concreta
A mi juicio, Palma necesita ahora más que multas. Tres propuestas concretas:
1. Proyecto piloto con vehículos eléctricos autorizados: En lugar de prohibirlo todo, se podría iniciar un ensayo claramente regulado con triciclos eléctricos o mini‑shuttles —con límites de ruido y velocidad, tarifas fijas y rutas definidas que eviten las calles más sensibles.
2. Normas de licencia claras, equitativas y periodos de transición: Los operadores necesitan requisitos transparentes y plazos de adaptación. Las inversiones no deberían quedar devaluadas de la noche a la mañana; la reconversión, subvenciones para el cambio a propulsión eléctrica o la integración en redes de shuttle existentes serían alternativas socialmente más aceptables.
3. Integración en un concepto de micromovilidad: Palma necesita una estrategia integral para la última milla —desde la bicicleta hasta el minibús. Microhubs autorizados en el puerto o en aparcamientos podrían acoger servicios similares a los tuk‑tuks sin saturar el casco antiguo.
¿Y los controles?
Los controles estrictos son necesarios, pero deben ser selectivos. Una combinación de multas, advertencias, comprobaciones técnicas (ruido, emisiones) y vías de legalización reduce el riesgo de que la oferta se desplace al ámbito informal.
Para los vecinos esto supone, al menos a corto plazo, menos vehículos sin control en las calles estrechas y más tranquilidad al ir a la panadería por la mañana. Para las y los turistas significa la desaparición de una nota de color del tráfico —o su retorno de forma más ecológica. Si eso gusta a todos es otra cuestión; entre La Lonja y Santa Catalina escuché voces que celebraban la prohibición y otras que ya echaban de menos una oferta alternativa eléctrica.
La tarea política está clara: la administración de Palma debe ver la decisión judicial no como un punto final, sino como un punto de partida —para reglas que concilien seguridad vial, control del ruido y realidades económicas. Si no, el juego del gato y el ratón entre inspectores y proveedores ingeniosos continuará. Y eso no le conviene a nadie: ni a quienes disfrutan la noche en el paseo marítimo ni a los conductores que por la mañana toman su espresso en la Plaça Major.
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