Una noche en el Auditori combina la virtuosidad de los timbales con el sonido amplio de una orquesta: una experiencia que dinamiza la vida cultural de Palma y anima a volver a disfrutar de la música en vivo.
Recomendación de concierto: estallido de timbales y orgullo orquestal en el Auditori
Dos obras que desarman el escenario y lo recomponen
Al caminar por la Carrer de Sant Miquel en una noche de diciembre se percibe olor a café recién hecho y a asfalto húmedo, y desde el Auditori se oyen crecer las voces: el leve crujir de los programas de mano, un taxi que pasa, el sonido lejano de una guitarra en un bar. Escenas así ya forman parte de la experiencia de ir a un concierto en Palma; lo hacen cotidiano y, a la vez, algo especial. En la próxima jornada de abono hay un programa que intensifica precisamente esa sensación: una pieza enérgica de solo de percusión y un concierto de gran formato para orquesta.
En el centro de la primera parte está un papel inusual para los timbales. La obra pide al percusionista no solo precisión, sino una verdadera presencia teatral: los timbales se usan aquí menos como marcadores métricos y más como una voz que modela el espacio y la tensión. Al solista le corresponde desarrollar, a partir de un único instrumento, una gestualidad completa que desafía y al mismo tiempo estimula a la orquesta. Surge así una escena en la que el ritmo se vuelve arquitectura.
La segunda parte muestra a la orquesta en toda su amplitud: desde la fragilidad camerística hasta descargas poderosas y casi sinfónicas. La pieza no es una rememoración nostálgica de canciones populares, sino una reformulación: colores familiares aparecen, se fragmentan, se combinan de nuevo y se traducen a un lenguaje que suena vigoroso y abierto. Es música que concibe al conjunto como un organismo: cada pasaje, cada sección asume la responsabilidad del avance común.
Director y conjunto trabajan en esa convivencia. La batuta no ordena solo notas; construye diálogos entre los grupos instrumentales: aquí un susurro de maderas, allá la reacción de los metales, y una y otra vez los timbales como motor. De ese modo surge una velada que no solo impresiona por lo técnico, sino que despierta la curiosidad: ¿quién ha pensado tan audible y colectivamente? ¿quién se arriesgó musicalmente? Son momentos como esos los que mantienen vivo el calendario de conciertos de Palma.
Para la ciudad es mucho más que una única actuación. Un concierto así reúne a gente de distintos rincones: estudiantes del barrio universitario, jubilados que antes se sientan una hora en la cafetería Plaça sa Gerreria, turistas que consiguen entradas a última hora. Frente al Auditori se habla del programa; mallorquinas y visitantes conversan. Ese encuentro cultural crea vecindades por una noche; es un efecto colateral importante y positivo.
Mi consejo es sencillo: quien quiera sentir la fuerza cruda de los timbales y al mismo tiempo apreciar el amplio abanico de una orquesta debería reservar su plaza. La experiencia se enriquece si se llega cinco minutos antes, se deja vagar la mirada por la avenida bordeada de palmeras y se disfruta la pequeña expectación antes del primer compás. Para las familias: los niños curiosos se benefician de ver en vivo cómo muchas voces individuales se convierten en un sonido común.
En conclusión: veladas como esta demuestran por qué la cultura en Palma no es algo secundario. Conecta a las personas, aporta energía a las calles y recuerda que la ciudad es algo más que sol y mar. Cuando el último acorde se apaga y la gente baja las escaleras con las mejillas sonrojadas y los rostros despiertos, se sabe que la noche ha valido la pena.
Las entradas están disponibles en la taquilla del Auditori; quien quiera preservar un pequeño ritual puede tomarse antes un espresso en la esquina. Y al salir, merece la pena alzar la vista: las luces sobre la plaza a veces parecen sonar más alto cuando un concierto acaba de terminar.
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