Embarcaciones de recreo muy cerca de la orilla en Es Carbó, mostrando el problema de ruido y contaminación

Problemas en Es Carbó: ¿Cuántos barcos soporta la pequeña cala?

👁 4783✍️ Autor: Lucía Ferrer🎨 Caricatura: Esteban Nic

A primera hora se ve enseguida: embarcaciones a motor empujadas hasta la franja costera poco profunda. Los vecinos de Es Carbó denuncian ruido, olor a diésel y daños en la costa. Es hora de reglas claras, controles efectivos y soluciones reales.

Por la mañana llega la calma — y por la tarde el zumbido de los motores

Quien vaya a Es Carbó a primeras horas nota de inmediato el silencio: gaviotas, el golpeteo de suaves olas contra el guijarro, el sol aún bajo sobre Colònia de Sant Jordi. Por la tarde, en cambio, la imagen cambia. Los vecinos cuentan que cada vez más embarcaciones a motor se acercan hasta la franja costera poco profunda —algunas tan cerca que desde tierra se podrían contar las tapas en la cubierta delantera.

El ambiente está tenso. María (58), residente desde 1989, dice con voz áspera: «Los fines de semana aquí a veces es como un aparcamiento junto al mar. Los niños ya no pueden jugar tranquilos y el olor a diésel permanece horas en el aire.» Son precisamente esos detalles —el rugir de generadores, el humo ocasional de las parrillas improvisadas, las velas de sol improvisadas— los que convierten una cala pacífica en motivo de disputa.

¿Qué pregunta central se plantea?

La cuestión principal es simple: ¿Cuánto tráfico de embarcaciones puede soportar una cala pequeña como Es Carbó sin que los vecinos, los pescadores y el medio ambiente salgan perjudicados? Detrás del enfado hay más que ruido. Se trata de contaminación ambiental, riesgos para la seguridad y la justicia en el uso del espacio público. Mientras el turismo y las empresas de alquiler se benefician del baño espontáneo, sufren las personas que viven aquí.

Las quejas se resumen en tres puntos: ruido (música, generadores), riesgos ambientales (restos de combustible, posibles daños a las praderas de posidonia) y la falta de infraestructura para embarcaciones de recreo fondeadas. Los pescadores cuentan que a menudo tienen que apartarse —una situación peligrosa cuando en la cala hay más tráfico que espacio.

¿Qué se suele pasar por alto?

En el debate público suelen faltar dos dimensiones: los daños ambientales acumulativos y la fragmentación institucional en las competencias. Pequeñas cantidades de combustible o aceite que llegan regularmente al agua pasan desapercibidas para la mayoría de los bañistas —a lo largo de los años pueden dañar las praderas marinas que son viveros imprescindibles para los peces. Y aunque muchos hablan de «zona protegida», los controles concretos son complicados: ayuntamiento, autoridades marítimas y agencias ambientales tiran de distintos hilos.

Otro punto apenas tratado: la dinámica social local. Visitantes con amarres, excursionistas de un día y jubilados comparten un espacio muy limitado —y las normas se incumplen con frecuencia de forma informal porque las sanciones son pocas y difíciles de aplicar.

Soluciones concretas — qué podría ayudar ahora

Las propuestas de los habitantes son pragmáticas y pueden servir de base para la acción política. A corto plazo serían útiles:

- Horarios de control específicos: patrullas los fines de semana y festivos coordinadas entre el ayuntamiento, la guardia costera y la policía local.
- Sanciones visibles: multas por amarre ilegal en la orilla, por hacer parrillas al descubierto o por vertido de residuos.
- Fortalecer la documentación: fotografiar, anotar horas y embarcaciones —eso crea evidencias sólidas para las intervenciones.

A medio plazo ayudan medidas técnicas: boyas de fondeo fijas que impidan deslizarse hacia la orilla, zonas de prohibición claramente señalizadas y áreas de fondeo definidas algo más alejadas. Estas soluciones cuestan dinero, pero reducen conflictos y protegen la posidonia.

A largo plazo es necesaria una distribución clara de responsabilidades: el ayuntamiento podría dictar ordenanzas locales (p. ej. limitaciones temporales para fondear), las autoridades marítimas deben vigilar el cumplimiento en el agua y los organismos ambientales deberían realizar controles periódicos de las praderas marinas. Cooperación en lugar de derivar responsabilidades sería la clave.

Por qué esto es importante para Mallorca

Es Carbó es solo un pequeño ejemplo entre muchos, pero muestra dinámicas mayores: si la isla sigue marcada por un tráfico náutico espontáneo y sin regular, no solo sufrirán vecinos aislados —también se dañaría la calidad de los ecosistemas costeros y, a largo plazo, el propio turismo. Una convivencia equilibrada entre uso recreativo y protección no es ingenua, sino necesaria.

En el lugar ya se mantienen conversaciones: propietarios de embarcaciones, pescadores y vecinos se reúnen informalmente en la pequeña plaza cerca del bar, a veces con tono elevado, a veces con un café y la mirada al mar. Eso está bien —pero no basta. Hacen falta normas vinculantes, responsabilidades claras y el valor de imponer sanciones cuando se incumplen las reglas.

Quien observe algo puede ayudar: enviar fotos con la hora al ayuntamiento, anotar el número del ferry o de la embarcación. Documentar es a menudo el primer paso hacia medidas eficaces.

El verano mostrará si del enfado nacen soluciones constructivas —si no, Es Carbó pronto será solo un motivo de postal, pero no un lugar donde los niños puedan chapotear en aguas poco profundas sin ser molestados.

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