Vendedores ambulantes con mantas y mercancía en el Paseo Marítimo de Palma

Credibilidad en juego: cómo debería Palma afrontar realmente el comercio callejero ilegal

👁 3200✍️ Autor: Ricardo Ortega Pujol🎨 Caricatura: Esteban Nic

Manteles en el Paseo, puestos bajo la catedral: el comercio callejero ilegal golpea a los pequeños comercios y mina la confianza en las normas. Por qué las redadas puntuales no bastan y qué medidas creíbles necesita con urgencia Palma.

¿Quién protege las normas cuando el comercio callejero se vuelve normalidad?

Se oyen las gaviotas, el rumor lejano de los autobuses en el Paseo Marítimo y el crujir rítmico de bolsas de plástico – y en algún lugar entre tazas de café y mapas para turistas está la manta con gafas de sol. Escenas así se han vuelto parte de la vida cotidiana de la isla: puestos improvisados junto a la catedral, mantas en la Plaza Mayor, vendedores que ofrecen bolsos y relojes. Para muchas turistas es una compra rápida. Para los comerciantes de la Calle Sant Miquel o la panadería de la esquina es un miedo a perder el sustento.

La cuestión clave: ¿siguen creyendo las personas en unas mismas reglas para todos?

Si se pagan los alquileres puntualmente, se declaran impuestos y se contrata personal, uno espera que el ayuntamiento proteja el marco normativo. Pero la imagen es ambivalente: controles matutinos en los que se recogen mantas transmiten acción. Por la noche, sin embargo, cuando en la Playa de Palma grupos alzan la voz o en el casco antiguo se producen hurtos, a menudo falta presencia. Un vecino de La Lonja comentó secamente: «Parece que sólo se actúa donde mira la cámara.» Esta percepción daña la credibilidad de las autoridades quizás incluso más que el comercio ilegal en sí.

Más que acciones aisladas: considerar todo el sistema

El debate no puede quedarse en las mantas retiradas. Detrás de los vendedores en las calles suelen existir cadenas: intermediarios, traslados en barco e incluso almacenes en patios traseros. La oferta en la calle forma parte de un modelo de negocio que combina redadas matinales con una logística organizada. Quien solo reacciona puntualmente combate síntomas, no causas. Eso a su vez alimenta la sensación de injusticia —tanto entre comerciantes como entre ciudadanos cumplidores de la ley.

Lo que hasta ahora se ha prestado poca atención

En público se habla a menudo de vendedores en la playa y de delincuentes aislados, y con menor frecuencia de los flujos de dinero y las estructuras detrás. También se pasa por alto la perspectiva de quienes venden en la calle: no pocos se encuentran en situaciones precarias, con escasas expectativas de obtener un trabajo reglado. Y luego está el papel de los turistas: un recuerdo barato comprado en dos minutos cambia la demanda y legitima la oferta.

Pasos concretos para recuperar la credibilidad

Un concepto eficaz debe conectar distintos niveles. Estas son mis propuestas, cercanas a la realidad de Mallorca:

1. Controles visibles y uniformes: Regulares, en horarios de alta demanda (noches, mercados semanales) y repartidos por toda la ciudad —no solo “poniendo orden” donde hay buena prensa. Una planificación conjunta de las intervenciones entre municipios con objetivos claros podría ayudar.

2. Enfocarse en los organizadores: Investigar las cadenas de suministro, aplicar sanciones duras contra los cabecillas y cerrar los almacenes. Incautaciones simples no bastan; hacen falta investigaciones contra las redes.

3. Alternativas sociales: Puestos móviles con licencia, permisos temporales, microcréditos y ofertas de formación para quienes venden. Si alguien obtiene una perspectiva legal, disminuye el incentivo para el comercio ilegal.

4. Colaboración en lugar de aislamiento: Reunir a la industria turística, a los comerciantes y a los servicios sociales. Proyectos piloto en puntos calientes (p. ej. Paseo Marítimo, casco antiguo) podrían desarrollar modelos para formalizar las estructuras de mercado.

5. Comunicación y transparencia: Explicar por qué se aplican medidas, qué objetivos persiguen y por qué las normas son para todos. Eso genera confianza y quita munición a la narrativa populista del «golpe selectivo».

Una perspectiva pragmática

Por supuesto, todo esto requiere personal y dinero. Pero la alternativa —un mosaico de controles que golpea repetidamente a ciertos grupos— socava la confianza en la administración local. La credibilidad no es un lujo: es clave para las visitas que esperan calidad, para los comercios que deben planificar y para quienes necesitan perspectivas reales.

Quizá Palma necesite primero un año piloto abierto: operaciones coordinadas, acompañamiento social, sanciones transparentes y, en paralelo, espacios de venta temporales y legales. Si funciona, en las plazas se oirá menos el crujir de mantas ilegales y más tal vez el tintinear de las copas en los bares —y la certeza de que las reglas no valen solo para el vendedor pequeño, sino para todos.

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