Cuando un portaaviones de EE. UU. atraca frente a Palma y desembarcan 4.500 marines, aparece en un bar del centro un cartel claro, y la isla debate entre negocio y principios.
Un cartel y mucho tema de conversación
El pasado viernes Palma vio un número inusual de uniformes: el USS Gerald R. Ford, un enorme buque de guerra, había echado el ancla en la bahía. Unos 4.500 miembros de la tripulación abandonaron la nave, se pusieron gafas de sol y se repartieron en Passeig del Born, en cafeterías y en las playas. La mayoría iba de buen humor, algunos llevaban botas, otros sandalias. Y entonces, en medio del bullicio de la ciudad vieja, un cartel en un bar que dio de qué hablar.
No es fácil la decisión para los propietarios
El bar está a menos de diez minutos de Plaça Cort, en una calle que por la tarde aún huele a pescado frito y café. En la puerta hay un aviso redactado en inglés que deja claro: los miembros de las fuerzas armadas no son bienvenidos allí. La propietaria, una mujer decidida a la que entrevisté en la barra y que prefiere permanecer en el anonimato, dijo que era una postura consciente. «Es nuestra decisión», dijo ella, y añadió: «Por supuesto esto nos cuesta ingresos».
En la otra orilla, comerciantes y restauradores en la Playa de Palma y en Magaluf se alegran por mesas notablemente llenas y propinas inesperadas. «Para muchos de nosotros esto es una ayuda de última temporada», explicó un portavoz de una asociación local de restaurantes y añadió que el aspecto económico no puede ignorarse. Palabras claras, pero prioridades diferentes.
Entre política y vida cotidiana
Que un buque de guerra moderno esté frente a la isla no solo provocó reacciones de consumo. Grupos de izquierda criticaron la maniobra como un acto simbólico de militarismo; otros lo ven simplemente como un ejercicio militar con consecuencias logísticas. En la Plaza reinaba ese día una extraña mezcla: niños con pegatinas de héroes, mujeres mayores que se preguntaban por la presencia, y vendedores que ofrecían camisetas con representaciones del buque.
Hablé con clientes en un café. Algunos decían que los uniformes no deberían celebrarse aquí; otros aseguraban que quien está de vacaciones es bienvenido, sin importar la vestimenta. No es una respuesta sencilla. Y para una propietaria de bar local como la de la fachada de la ciudad vieja, es una constante caminata entre la postura y aprovechar el beneficio económico.
¿Qué queda?
El cartel es pequeño. La discusión es grande. Palma ofrece otra vez una imagen típica de la isla: pragmatismo e idealismo. Al final, si cuenta más el negocio o más el principio, depende de la calle y del local. Para los habitantes de la isla, fue, eso sí, una oportunidad de conversación, con un cortado y la puerta abierta a la tranquila noche de octubre.
Palabras clave: USS Gerald R. Ford, 4.500 marines, Palma, gastronomía, protesta
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