En la zona militar de Son Sant Joan se está construyendo un depósito semi-subterráneo para municiones y cohetes —también apto para munición de drones. La isla debate transparencia, riesgos de seguridad y la frontera entre destino turístico y emplazamiento militar.
Un depósito, muchas preguntas: la cuestión central
La pregunta central, que sopla con el viento del mar hasta la Playa de Palma desde el inicio de las obras, es: ¿Qué tan seguros estamos realmente si en el aeropuerto de Palma se almacenan armas? Esta frase suena simple, pero tiene muchas capas: legales, técnicas, políticas y en la mente de las personas que viven aquí o vienen de vacaciones.
Lo que se planea – breve y concreto
En el área de uso militar de Son Sant Joan se está construyendo desde septiembre un depósito semi-subterráneo de municiones: 27 metros de largo, unos nueve metros de ancho, 4,5 metros de alto, para aproximadamente 75 toneladas de material. Techo: 40 centímetros de hormigón armado, encima tierra y césped, para que el edificio parezca «integrado» en el terreno. Coste: alrededor de 1,8 millones de euros. Técnicamente, el objeto debe resistir presiones de explosión de hasta siete bares, en el interior sin columnas portantes, con cables blindados y sellados especiales.
El detalle delicado: munición para drones
Oficialmente, el Ministerio de Defensa habla de «materiales estratégicos», un término diplomático tras el que se esconden bombas, misiles y cohetes. Lo especialmente delicado: la instalación está diseñada también para poder albergar munición para drones de combate modernos como el MQ‑9. El MQ‑9, que para muchos mallorquines solo aparece como una gran y silenciosa sombra en el cielo, es sobre todo un vehículo de reconocimiento, aunque técnicamente podría ser armado. La idea de que haya munición no solo para aviones, sino también para sistemas no tripulados en espera cerca, aumenta la percepción de riesgo.
Lo que las informaciones oficiales omiten
El tema de la transparencia es delicado. Las respuestas permitidas subrayan los estándares de seguridad, que se modernizan antiguos depósitos. Pero en la exposición pública faltan aún datos claros: ¿Qué tipos concretos de munición están previstos? ¿Cuál es la distancia de seguridad respecto a la infraestructura civil? ¿Qué planes de emergencia existen para los municipios circundantes y los centros turísticos a lo largo de la Playa de Palma? Preguntas así suelen quedar vagas —y alimentan la desconfianza.
Más que hormigón: los riesgos subestimados
Además de la inmediata cuestión de explosiones y protección contra incendios, hay otros temas menos visibles: posibles riesgos ambientales por fugas o suelos contaminados, las consecuencias para la protección del agua subterránea, el efecto psicológico sobre residentes y visitantes. Ya ahora se escucha, al andar junto a la valla —pasando por el fuselaje oxidado del Spantax que lleva años allí— el lejano zumbido de los jets civiles, las risas en los bares de la playa. Esa sonoridad cotidiana se deforma con la idea del almacenamiento de armas.
Entre la política y la vida cotidiana
En lo político se enfrentan narrativas: voces de la izquierda y verdes piden más apertura y advierten contra una militarización silenciosa; diputados conservadores subrayan intereses de seguridad nacional y exigen datos. Para muchos residentes el resultado es preocupación en lugar de claridad. El debate muestra que no se trata solo de hormigón sino de simbolismo: la confianza en el Estado y las instituciones, y cómo se comunican las decisiones en el ámbito local.
Pasos concretos para racionalizar la discusión
Sobre la mesa hay algunas propuestas prácticas que deberían estudiarse en serio: informes de seguridad y ambientales independientes y publicables; jornadas informativas transparentes para vecinos y negocios a lo largo de la Playa de Palma; distancias de seguridad y planes de evacuación acordados y claramente reglamentados para escenarios de peor caso; un monitoreo público de la calidad del suelo y del agua subterránea; y control parlamentario por parte de los representantes locales.
Además, un compromiso podría ser la creación de un consejo civil-militar en el que representantes de los municipios, la hotelería, la protección del medio ambiente y el ejército intercambien informes de situación regularmente. Eso no eliminaría todos los miedos, pero ayudaría a generar confianza —y en un imán turístico como Mallorca eso es al menos tan importante como cualquier protección técnica.
Mi impresión — un paseo junto a la valla
La semana pasada estuve al borde del recinto militar. El viento olía a mar, en algún lugar reía un niño en la playa, y un avión de servicio tropezaba sobre la pista. A mi lado el viejo fuselaje oxidado de Spantax, detrás lonas, hormigón y botas de trabajo. Se percibe la rutina de un proyecto militar —y al mismo tiempo el malestar de muchos vecinos que no saben exactamente qué hay bajo el techo de césped. Si el depósito acabará proveyendo armas para drones sigue siendo una incógnita. Lo claro es que, mientras queden preguntas sin respuesta, esta obra dejará más que escombros en las conversaciones y los bares locales.
Lo que queda es la esperanza de que la transparencia y la participación crezcan más que el silencio tras la valla.
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