Un plan presentado por ecologistas para 2035 señala con claridad: menos turismo, más agricultura y energías renovables. ¿Qué tan realista es este cambio y quién pagará el precio?
¿Puede la isla imaginarse menos turística — sin perder a su gente?
La pregunta central que rondaba hoy Palma sonaba a la vez simple y difícil: ¿Puede Mallorca reducir de forma notable la presión turística para 2035 —sin destruir la situación social de muchas familias y municipios? En la Plaça Cort se presentó un documento que propone exactamente eso: menos plazas hoteleras, más diversidad, más producción local y energía limpia. No es una promesa salvadora, sino más bien un catálogo de rupturas con tabúes.
¿Qué contiene realmente — y por qué es novedoso?
En pocas palabras: una reducción gradual de las capacidades turísticas, fomento activo de la pequeña agricultura, expansión de la energía eólica e hidráulica y un modelo de jornada laboral de 30 horas. Científicos y expertas locales han colaborado; las autoras describen el desarrollo posbélico como el inicio de un sistema que hoy en día está sobrepasado en varios puntos. Lo nuevo no es tanto la crítica al turismo de masas, sino las propuestas que parecen vinculantes: limitaciones de volumen, prioridades claras para la producción de alimentos y modelos de tiempo de trabajo para toda la sociedad insular.
Las voces en la Plaça: murmullos, aplausos, escepticismo
Por la mañana se vivió la mezcla típica de interés y temor: un agricultor de la Serra asintió, una directora de hotel frunció el ceño y advirtió que serían necesarios periodos de transición y ayudas financieras. Por el Paseo Marítimo pasó el tranvía resoplando, turistas en patinetes eléctricos daban a la escena un trasfondo casi surrealista —mientras el debate entre bastidores ya había comenzado. Algunas vecinas en Santa Catalina anhelan menos ruido; otras en Manacor temen por los ingresos de sus familias.
Lo que suele quedar fuera del debate público
Hay algunos aspectos que hasta ahora se han tratado poco. Primero: la dependencia fiscal de muchos municipios de los ingresos turísticos. Si se eliminan plazas, la base de ingresos para servicios, infraestructuras y empleos municipales se reduce de inmediato. Segundo: las estructuras de propiedad —muchas tierras e inmuebles están en manos de inversores o no residentes; una mera regulación del número de plazas no afecta automáticamente a los hogares locales. Tercero: la logística de suministro —agua, aguas residuales, trabajadores temporales, alojamientos para el personal. Y cuarto: la cuestión de la protección social para los trabajadores durante un proceso de transformación —¿quién ofrece reciclaje profesional, quién cubre las pérdidas salariales durante la transición?
Oportunidades concretas y pasos pragmáticos
La propuesta también tiene un lado sorprendentemente pragmático. En lugar de caer en ideologías, se pueden señalar algunos bloques realizables: zonas piloto donde probar límites de plazas; incentivos financieros para hoteles que se conviertan en alquileres de larga duración, centros sociales o vivienda; fondos municipales financiados por tasas turísticas específicas que sostengan ayudas al cambio. Asimismo son factibles cooperativas agrícolas que garanticen valor añadido local y contratos directos con restaurantes y supermercados.
En materia energética no se trata de un proyecto colosal, sino de muchos proyectos pequeños: parques eólicos ciudadanos, soluciones de almacenamiento para municipios, uso de superficies liberadas para almacenamiento de agua subterránea y reforestación. Y sobre la semana laboral de 30 horas: tiene sentido como ensayo piloto en empresas estacionales, ligado a aumentos de productividad y formación —no como una tasa plana abrupta.
Los obstáculos siguen siendo grandes
A pesar de las buenas ideas, las barreras técnicas y políticas no son despreciables. Leyes urbanísticas, condiciones de financiación de la UE, derechos de propiedad y, simplemente, mayorías políticas. Las financiaciones deben repartirse con transparencia para que no se beneficien los actores equivocados. Y, sobre todo: las normas de transición deben responder socialmente, de lo contrario cabe el riesgo de empobrecimiento y despoblación en zonas rurales.
Un escenario plausible hasta 2035
Un calendario realista podría ser así: hasta 2027 proyectos piloto y marcos legales, 2028–2032 formaciones específicas, desmontes en lugares seleccionados, expansión de proyectos energéticos locales; 2033–2035 evaluación amplia y escalado. No es una carrera, más bien un ritmo lento. Pero podría ganar tiempo —para empresas, familias y la naturaleza.
Por qué este debate es importante ahora
Si te paras en el Paseo y escuchas el tranvía, notas: Mallorca no es una isla lejana, sino un lugar que toma decisiones ahora. La visión presentada es provocadora e incompleta. Pero coloca una cuestión en la agenda que no solo interesa a activistas: ¿cómo queremos vivir, trabajar y respirar aquí mañana? Se agrade o no las medidas propuestas —el debate transformará Mallorca. Lo importante es que no se quede solo en los órganos de Palma, sino que se discuta en fincas, mercados y hoteles.
La isla tiene tiempo —si pone los rieles adecuados. Se volverá más ruidosa, y eso es bueno; así surgen compromisos que podrían perdurar.
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