El ayuntamiento de Algaida planea adquirir la finca de 138 hectáreas Son Reus de Randa para conservarla como espacio de acceso público. El consejo insular y el Gobierno de las Islas Baleares deberían cofinanciar la compra.
Algaida quiere comprar Son Reus de Randa y devolver a la isla un terreno
El ayuntamiento propone una compra conjunta con el consejo insular y las Baleares — la histórica posesión debe seguir siendo pública
En la ruta de Palma a Algaida, frente al pueblo, la silueta del Randa atrae visiblemente las miradas. En una fresca mañana se oyen en la plaza las voces de la gente tomando su café y, a lo lejos, el ocasional ruido de una carretilla — auténticos sonidos de la isla. Allí, en la frontera con Llucmajor, se encuentra la posesión Son Reus de Randa, una propiedad del siglo XVIII; unas 138 hectáreas de terreno, una casa señorial de unos 500 metros cuadrados y una antigua prensa de vino, dividida en cuatro partes, bajo una galería con arcos.
La administración municipal de Algaida ha planteado la propuesta de adquirir la finca junto con el consejo insular y el Gobierno de las Baleares. El precio de compra que se menciona actualmente es de cinco millones de euros. Los propietarios actuales han buscado el contacto y han manifestado el deseo de que la finca pase a manos públicas — una oportunidad poco frecuente para conciliar patrimonio histórico y protección del paisaje.
Las cifras de la oferta son claras: de las 138 hectáreas, unas 72 hectáreas corresponden a tierras de cultivo, alrededor de 15 hectáreas son matorral y otras aproximadamente 51 hectáreas pertenecen al monte Randa. Partes de la casa ya fueron modernizadas en 1881; en el portal de entrada está grabada la fecha 1776, recuerdo de muchas vidas y usos de esta posesión.
No es un secreto: parcelas de este tamaño son cada vez más escasas en Mallorca. Cuando un ayuntamiento toma la iniciativa no se trata solo de protección del patrimonio, sino de una decisión de futuro: paisaje de acceso público en lugar de una residencia privada cerrada. En Algaida ya se barajan en voz baja posibilidades — desde zonas verdes públicas y senderos al pie del Randa hasta parcelas donde se continúe con la agricultura tradicional. Aún no hay decisiones concretas; el consejo insular ha anunciado que revisará informes técnicos para valorar el patrimonio antes de tomar más decisiones.
Para la gente de aquí la noticia tiene un efecto casi palpable. En el mercado semanal de Algaida, entre puestos de aceitunas y dulces de almendra, se escucha aprobación: quien conoce los olivares y los caminos del Randa sabe lo rápido que las ventas privadas pueden cambiar el paisaje. Para los locales que ven las colinas cada día, la idea de que los campos sigan siendo accesibles al público resulta tranquilizadora.
Hay preguntas prácticas: ¿quién asume qué costes? ¿Cómo se pueden compatibilizar la agricultura, la conservación y el turismo de forma adecuada? Son respuestas necesarias para que una compra sea más que un símbolo. Los informes que el consejo insular ha anunciado son el primer paso; darán información sobre el estado de los edificios, la utilidad agrícola y las necesidades infraestructurales.
Lo que ahora importa es el compromiso ciudadano y una hoja de ruta clara para el uso. Quien pasea por muros secos antiguos ve veredas de cabras y pequeñas acacias — elementos que encajan bien en un concepto de uso cauteloso. Son posibles pequeñas ofertas educativas sobre agricultura tradicional, recorridos sensibilizados por la montaña y parcelas donde empresas locales puedan seguir trabajando.
La noticia es por tanto una invitación: a los ayuntamientos, al consejo insular y al Gobierno de las Baleares para preservar juntos algo que es más que un edificio. Para Mallorca sería un modelo: tierras bajo responsabilidad pública que integran cultura, naturaleza y usos tradicionales. ¿Y para la gente de Algaida? Un trozo de hogar que no desaparece detrás de altos muros.
Las próximas semanas mostrarán cuán seria es la intención. Primero están las revisiones técnicas y las conversaciones sobre las aportaciones financieras. Por ahora basta la imagen de un camino abierto en el Randa, por el que corren perros y niños apilan piedras. Es una idea que aquí cala — y que devuelve peso al concepto de “público”.
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